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Las frases que forjaron el poder: consignas del gobierno cubano bajo la lupa (Capítulo III)“Hasta la victoria siempre”

Redacción de CubitaNOW ~ miércoles 24 de septiembre de 2025

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BBC

Si algún lema ha logrado grabarse en la memoria colectiva del continente es “Hasta la victoria siempre”.Pudiéramos decir que es el eslogan que nunca se jubila. La frase atribuida al Che Guevara nació como despedida epistolar, pero en Cuba se volvió un comodín para discursos, carteles y murales que sobreviven a la intemperie y al paso de las décadas. Es, en teoría, una invitación al optimismo revolucionario; en la práctica, un conjuro que pretende neutralizar cualquier evidencia de fracaso. Porque, ¿cómo discutir con alguien que promete victoria eterna, aunque los hechos insistan en lo contrario?

Durante años, muchos actos políticos han cerrado con este grito, repetido en coro por multitudes que quizá piensan más en el pan del día siguiente que en epopeyas guerrilleras. La consigna ofrecía un aire de romanticismo heróico, un recordatorio de que la Revolución —según su narrativa— nunca está concluida, sino siempre en camino hacia esa victoria esquiva que no termina de llegar. La paradoja es que, cuanto más difícil resulta la vida cotidiana, más se pronuncia el lema, como si el problema fuera de fe y no de planificación.

En los setenta y ochenta, cuando el subsidio soviético maquillaba la escasez, “Hasta la victoria siempre” adornaba escuelas, plazas y libretas de abastecimiento. Era una invitación a marchar confiados hacia un futuro luminoso, aunque el presente estuviera plagado de colas y apagones. Tras el derrumbe del bloque socialista, la frase no se retiró: sobrevivió al “Período Especial”, a la dolarización, a las reformas parciales y a cada anuncio de que ahora sí el país despegaría. La victoria seguía en el horizonte, fija, como un espejismo al que nunca se llega.

Lo curioso es cómo la consigna ha mutado. De grito de guerra, pasó a ser firma automática en correos oficiales, encabezado de publicaciones en redes o muletilla con la que funcionarios adornan cualquier mensaje, desde la celebración de un torneo escolar hasta el aviso de que habrá interrupción eléctrica. La solemnidad del eslogan convive, sin rubor, con la realidad más pedestre. Un apagón de ocho horas puede venir acompañado de un entusiasta “¡Hasta la victoria siempre!”, como si el entusiasmo pudiera cargar las baterías.

La frase también ha servido para blindar el discurso político. Quien la pronuncia se ubica simbólicamente en el bando correcto, el de los leales. Nadie pregunta ya cuál es la victoria ni cuándo se declarará alcanzada; lo importante es repetirla con el tono adecuado. Funciona como contraseña de pertenencia, y quizá por eso nadie se atreve a jubilarla: sin ella, el sistema perdería uno de sus pilares emocionales.

Tal vez el mayor mérito de “Hasta la victoria siempre” sea su capacidad de resistir al tiempo y a la evidencia. Ha sobrevivido a generaciones, crisis económicas y promesas incumplidas. Como todo buen eslogan, vive en un presente perpetuo, inmune a los resultados. Quizá por eso la escucharemos mientras haya un micrófono encendido y un auditorio dispuesto a aplaudir, aunque el país siga esperando que esa victoria, prometida desde hace más de medio siglo, decida por fin presentarse.


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