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Fidel Castro: 99 años del dictador que llevó a Cuba a la miseria y la represión

Redacción de CubitaNOW ~ miércoles 13 de agosto de 2025

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Este 13 de agosto, la maquinaria propagandística del régimen cubano se ha activado para conmemorar el que sería el cumpleaños 99 de Fidel Castro. No solo buscan exaltar su figura en la prensa oficial, sino que ya preparan un ambicioso plan para celebrar en 2026 el centenario de su natalicio, intentando vender al mundo y a las nuevas generaciones la imagen del “hombre que enalteció a Cuba”. Sin embargo, la realidad documentada por historiadores, periodistas y víctimas es muy distinta: Fidel Castro fue un dictador que dejó tras de sí un legado de represión, muerte, persecución, miseria y una profunda hipocresía ideológica.

Desde su llegada al poder en 1959, instauró un sistema de control absoluto. La libertad de prensa desapareció de inmediato: los periódicos independientes fueron clausurados, las emisoras y canales de televisión pasaron a manos del Estado y la única voz autorizada era la suya. La disidencia fue perseguida con saña: opositores encarcelados, fusilamientos sumarios y campañas de descrédito contra todo aquel que osara cuestionar al “Máximo Líder”. Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) se implantaron en cada cuadra para vigilar y denunciar a los vecinos, creando un clima de miedo y desconfianza que fracturó familias y amistades.

En la Cuba de Fidel, pensar diferente era un delito. El adoctrinamiento se convirtió en política de Estado: en escuelas, centros de trabajo y medios de comunicación, la línea oficial era repetida sin cuestionamientos. La información se filtraba y manipulaba siempre al servicio de su imagen. El acceso a libros, música o películas que no contaran con aprobación gubernamental estaba prohibido.

Castro mantuvo a su pueblo encerrado durante décadas. Para viajar al extranjero, incluso por motivos familiares o profesionales, era obligatorio solicitar un permiso especial que podía ser negado sin explicación alguna. Miles de cubanos fueron separados de sus seres queridos por una política que castigaba el simple deseo de emigrar. Quienes intentaban escapar ilegalmente eran tratados como traidores, y muchos murieron en el mar buscando libertad.

Uno de los capítulos más oscuros de su mandato fue su papel en la guerra de Angola (1975-1991), un conflicto ajeno a los intereses del pueblo cubano. Bajo el discurso del “internacionalismo proletario”, envió más de 300.000 soldados y decenas de miles de civiles a combatir en un país africano con el que Cuba no tenía vínculo alguno. El saldo fue trágico: miles de muertos, miles de mutilados y madres cubanas enlutadas, mientras el régimen ocultaba las cifras reales. Muchos veteranos regresaron con traumas físicos y psicológicos, y fueron abandonados por el Estado al que sirvieron.

Castro también emprendió brutales campañas de persecución contra religiosos y homosexuales. Durante los años 60 y 70, miles de personas fueron enviadas a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), verdaderos campos de trabajo forzado para “reeducar” a quienes practicaban una fe o tenían una orientación sexual distinta. Pastores, sacerdotes, testigos de Jehová, jóvenes con “conductas impropias” y artistas sufrieron trabajos forzados, humillaciones y maltratos físicos.

La hipocresía marcó su vida. Durante décadas, criticó el capitalismo y adoctrinó a generaciones para odiarlo, culpándolo de todos los males, mientras él vivía como un millonario: propiedades privadas inaccesibles para el pueblo, cotos de caza, yates, colecciones de relojes de lujo y acceso a productos prohibidos para la población. Predicaba austeridad, pero disfrutaba de privilegios reservados para él y su élite.

En lo económico, su legado es desastroso. Destruyó la agricultura, la industria y cualquier posibilidad de desarrollo independiente. El modelo centralizado que impuso generó escasez crónica, colas interminables y mercados vacíos. Dependió de la ayuda soviética, y tras la caída de la URSS, Cuba se hundió en el “Período Especial”, una crisis que provocó hambre, apagones y miseria generalizada. En los años 80 contrajo préstamos millonarios que luego se negó a pagar, aislando aún más al país y dejando una herencia de descrédito financiero.

En política exterior, usó recursos y vidas cubanas para sostener guerrillas, desestabilizar gobiernos y ganar influencia en el Tercer Mundo, mientras en la isla el pueblo carecía de lo básico. Su llamada “solidaridad internacionalista” fue en realidad una herramienta de poder personal.

Bajo su mandato, miles de familias fueron separadas, cientos de opositores fusilados tras juicios sumarios y decenas de miles encarcelados por delitos de opinión. La represión, la censura y el miedo se convirtieron en pilares de un sistema diseñado para perpetuar su control.

Hoy, el régimen que él fundó intenta maquillar esta historia, mostrando a Fidel como un “padre de la patria” que luchó contra el imperialismo. Pero la verdadera herencia de Castro no son hospitales y escuelas —como repite la propaganda—, sino un país arruinado, un pueblo disperso y una nación atrapada en un sistema que él mismo diseñó para que el poder no cambiara de manos jamás.

Recordar a Fidel Castro en su 99 aniversario no es celebrar su figura, sino advertir sobre los peligros de un poder absoluto ejercido durante más de medio siglo, que convirtió a Cuba en una prisión ideológica y física para sus 11 millones de habitantes.


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