En el día de su cumple, Ulises Toirac se confiesa sin filtros: “La Habana es la hembra que nunca me despreció”
Redacción de CubitaNOW ~ domingo 29 de junio de 2025

"Hay una edad en la que uno empieza a desprenderse de lo superfluo. Ya no se trata de reír por cortesía ni de fingir entusiasmo ante lo que no provoca emoción real" Ulises Toirac, desde su rincón en La Habana, lo expresa con la claridad que solo da el tiempo: ha llegado a ese momento de la vida en el que la coherencia importa más que las oportunidades, y donde el respeto deja de ser una formalidad para convertirse en una exigencia recíproca.
"Estoy en esa edad", dice, y no lo dice como quien se queja, sino como quien ha descubierto una forma más digna de vivir.
Toirac no quiere cargos ni etiquetas. Nunca aspiró a tener poder si este no venía de un proyecto. No cree en las glorias ni en los aplausos comprados. Detesta el poder por el poder, le produce urticaria. Y sin embargo, hay algo por lo que se arrancaría el alma sin pensarlo: sus principios. No los usa como bandera para figurar ni para acumular aliados.
Los lleva por dentro, calladamente, como se llevan las convicciones más hondas. No se define como valiente, pero sí como alguien que escucha. Que se sienta al lado del que llora, que extiende una mano al que contempla el abismo, porque ha estado cerca de esa orilla. Y lo dice con un cuidado feroz, como quien ha entendido que la vida es frágil pero intensamente hermosa.
"Soy fanático religioso de la vida", confiesa. Y ese fanatismo no tiene dogmas sino asombros: por una mariposa, por el gemido de un perro, por la dignidad de una mujer que no necesita exhibirse para ser luminosa. Ama a los animales con fervor, con el mismo amor con el que se permite llorar sin esconderse, como se llora cuando se ha entendido que la sensibilidad no es debilidad sino coraje puro.
Desconfía de lo que entra por los ojos con demasiada facilidad. Rechaza ese uso banal del dolor ajeno para ganar atención o seguidores. No es que sea un ermitaño, pero no quiere contaminar a nadie con sus ideas. Su círculo es pequeño, no por elitismo, sino por respeto a los otros. La coherencia es su escudo. La felicidad ajena, su objetivo. En ese orden, y siempre con los pies sobre la tierra.
Y su tierra... ¡La Habana! No como postal, no como símbolo turístico, sino como cuerpo y alma de su identidad. La llama "la hembra que nunca me despreció", aunque esté destruida, vejada o prostituida. Ella siempre tuvo un rincón para él, lo amó con heridas y todo. “La Habana es tan Nación como Cuba para mí”, dice, y ahí no cabe discusión. Porque su ciudad no es solo un espacio geográfico, es su universo afectivo, el lugar que no exige explicaciones.
Ulises agradece incluso a los que le pusieron traspiés. Porque también a ellos les debe algo. “A todos ustedes les debo un cachito”, cierra, como quien sabe que el camino se hizo con cada paso, incluso los que costaron lágrimas o renuncias. Y entonces sí, lo dice con calma: ¡el banderín ya está abierto, el de su vida, el de su edad, el de su verdad!