El conflicto en Oriente Próximo ha entrado en una fase crítica tras los recientes bombardeos de Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes en Fordow, Natanz e Isfahán. La operación, respaldada por el presidente Donald Trump, ha sido calificada por Washington como un “éxito militar espectacular”, pero ha generado un terremoto diplomático que amenaza con desestabilizar aún más la región.

Teherán no ha tardado en responder con una oleada de misiles que ha alcanzado territorio israelí, incluida la ciudad de Tel Aviv, causando al menos 16 heridos. “Este ataque tendrá consecuencias duraderas”, advirtió Abbas Araghchi, ministro de Exteriores iraní, quien acusó a EE UU de cometer “una grave violación del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas”.

La tensión crece a cada hora. La Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha convocado una reunión de emergencia para mañana lunes, mientras que Irán exige una sesión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU para denunciar lo que considera un acto de agresión injustificable.

La comunidad internacional, encabezada por la Unión Europea, ha llamado a la contención. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, instó a Irán a comprometerse con “una solución diplomática creíble”, subrayando que “la mesa de negociaciones es el único lugar para poner fin a esta crisis”.

"Todos somos soldados de Irán", reza una valla en el corazón de Teherán, donde la retórica patriótica se mezcla con una creciente sensación de asedio. La población iraní, acostumbrada a años de sanciones y tensiones, observa con inquietud una posible escalada militar sin precedentes.

"La respuesta inmediata de Irán con misiles demuestra que el régimen no está dispuesto a dejar sin contestación los ataques contra lo que considera su soberanía y su derecho al desarrollo nuclear pacífico. A pesar de que no se han reportado víctimas mortales en las instalaciones bombardeadas, la advertencia es clara: el programa nuclear no se detendrá."

Desde hace más de dos décadas, el programa nuclear iraní ha sido motivo de fricción constante, especialmente con Israel, que lo percibe como una amenaza existencial. Pero esta vez, el tablero ha cambiado: Estados Unidos no se ha limitado a apoyar a su aliado, sino que ha intervenido directamente. El silencio de otras potencias, como China y Rusia, y la cautela de Europa dejan a la diplomacia internacional con poco margen para frenar una espiral de violencia que podría arrastrar a toda la región.

“Estamos negociando cuando nos bombardean”, denunció Irán, en referencia a las conversaciones indirectas que supuestamente estaban en curso con Washington. La doble narrativa —el diálogo diplomático por un lado y los ataques armados por otro— pinta un escenario donde la desconfianza se impone al entendimiento. Las acusaciones cruzadas, el uso del lenguaje bélico y la presión pública interna complican aún más una posible salida pacífica.”

En este momento de máxima tensión, los ojos del mundo están puestos en las próximas horas. Lo que ocurra en la reunión de la ONU y las decisiones que adopten tanto Irán como Estados Unidos definirán el curso de un conflicto que amenaza con cruzar peligrosas líneas rojas.

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