El pueblo cubano vive una nueva crisis que pone en evidencia la precariedad de los servicios básicos y la inestabilidad social generada por años de falta de inversiones y la ineficacia de un sistema energético obsoleto. En la mañana de este martes, un grupo de vecinos en La Habana, cansados de los cortes de electricidad y la falta de agua, se levantaron en protesta cerrando la avenida 100 y Boyeros. Sin embargo, esta manifestación pacífica no pasó desapercibida para las autoridades, que respondieron rápidamente con un amplio despliegue policial para sofocar la protesta.
En cuestión de minutos, los manifestantes fueron dispersados y se les ofreció la promesa de que la situación mejoraría. Dirigentes del régimen llegaron al lugar para calmar a los ciudadanos, instándolos a esperar "tranquilos" el regreso del servicio de electricidad y agua. Sin embargo, lo que los cubanos viven día tras día no es una simple espera, sino un sufrimiento constante debido a la escasez de recursos y la incapacidad del gobierno para garantizar lo más básico: el acceso a la electricidad y al agua potable.
El colapso del Sistema Electroenergético Nacional ha dejado a la mayor parte del país a oscuras en varias ocasiones, con instalaciones deterioradas y sin el mantenimiento adecuado. La falta de inversiones a largo plazo ha sumido a la isla en un círculo vicioso de apagones que afectan no solo la vida diaria, sino también las condiciones de salud y bienestar de los ciudadanos. A esto se añade el impacto de fenómenos naturales, como los recientes huracanes y sismos, que han agravado aún más la situación, pero que no explican por completo la crisis energética que atraviesa el país.
El gobierno cubano ha respondido a estas quejas con la misma fórmula de represión que caracteriza su manejo de la disidencia. Las protestas se cortan con mano dura y se minimizan las demandas del pueblo, etiquetando cualquier manifestación de descontento como actos de desestabilización. La opacidad de la información y el control de los medios impiden que la situación sea completamente visible para el resto del mundo, mientras que los cubanos siguen pagando el precio de un sistema que no da respuestas a sus necesidades.
A medida que la situación empeora, el pueblo cubano se ve obligado a resistir no solo los cortes de electricidad, sino también la opresión de un régimen que, lejos de dar soluciones, recurre a la intimidación y al control para silenciar las voces disidentes. Las promesas gubernamentales de mejorar la infraestructura y el servicio eléctrico se quedan en palabras vacías, mientras las penurias del pueblo continúan en la oscuridad.
Este es solo uno de los muchos episodios que reflejan el desespero de una nación que pide a gritos una respuesta del gobierno, pero que solo recibe represión y promesas incumplidas. En Cuba, la falta de electricidad es más que una cuestión energética: es un símbolo de la crisis que afecta a toda la sociedad y de la represión que sigue siendo el principal mecanismo del poder.
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