El régimen cubano ha optado por una táctica conocida pero reveladora: caricaturizar a Mike Hammer, jefe de la misión diplomática de EE. UU. en La Habana, en un intento por desacreditarlo sin recurrir a los canales del Derecho Internacional.
En un artículo reciente publicado en Granma, órgano oficial del Partido Comunista, el diplomático fue comparado con el detective ficticio del mismo nombre, creado por Mickey Spillane. La caricatura lo muestra torpe, sudoroso y confundido, diciendo: “¡Creo que no doy el personaje!”, en una burla más propagandística que satírica.
"El recurso a la caricatura no es un simple ejercicio de humor político, sino una confesión de impotencia. Incapaz de confrontar con hechos, el régimen elige distorsionar, evitando recurrir al marco legal que supuestamente le respalda."
Pese a que Hammer ha realizado actividades absolutamente compatibles con la Convención de Viena —como reunirse con actores sociales, religiosos y defensores de derechos humanos— el oficialismo prefiere acusarlo de injerencia sin aportar evidencia concreta ni activar los mecanismos diplomáticos correspondientes, como la declaración de “persona non grata”.
La respuesta mediática busca evitar una confrontación formal con Washington, mientras intenta asustar al cuerpo diplomático y, sobre todo, enviar un mensaje interno: cualquier contacto con observadores externos será ridiculizado o castigado.
Pero esta reacción también revela el profundo temor del régimen ante una figura que no juega bajo sus reglas. Hammer representa un modelo de diplomacia directa y transparente, que no se limita al contacto con el poder, sino que dialoga con la sociedad civil. ¡Y eso es intolerable para una élite política que necesita controlar el relato!
"No es la legalidad lo que el régimen defiende, sino su opacidad." La Convención de Viena protege la soberanía de los Estados, sí, pero también establece el derecho de los diplomáticos a informarse y reportar. En un país donde la alternancia política no existe, donde la represión es sistemática y la ley sirve al poder y no al ciudadano, la presencia de un observador activo se convierte en una amenaza.
Al intentar ridiculizar a Hammer, el régimen cubano no hace sino reforzar su rol como testigo incómodo de una realidad que el oficialismo no puede ni quiere reconocer: la existencia de una Cuba plural, crítica y dispuesta a dialogar con el mundo más allá del guion impuesto.
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