En un artículo publicado por el periódico oficialista "Escambray", titulado "La empinada e interminable cuesta de los precios", se intenta responsabilizar a los negocios privados por el desmesurado e incontrolado aumento de los precios en Cuba, sugiriendo que la solución radica en imponer controles de precios y aumentar las multas a quienes los infringen. Sin embargo, estas medidas están lejos de atacar las verdaderas causas del problema, que son mucho más profundas y estructurales.
El artículo que culpa a los negocios privados por el incremento de los precios en Cuba ignora las raíces más profundas del problema: la inflación galopante y la ineficaz política económica del gobierno. En lugar de abordar las verdaderas causas, como el déficit fiscal y la emisión descontrolada de dinero, se opta por atacar a los particulares, lo que solo contribuye a agravar la crisis. Este enfoque no solo es erróneo, sino contraproducente.
La inflación no se controla mediante la imposición de topes de precios ni mediante la represión económica de los negocios privados. Controlar los precios de forma artificial crea distorsiones en el mercado que, lejos de beneficiar a la población, resultan en escasez y mercados paralelos. La situación en Cuba es un claro ejemplo de esto. Los controles impuestos sobre productos como el pollo y el aceite han provocado que estos desaparezcan de los mercados o se vendan a precios más altos, lo que obliga a los consumidores a recurrir al mercado negro o a pagar precios inflados.
El verdadero origen de la inflación en Cuba está en la desorganización de las cuentas públicas y el descontrolado déficit fiscal. Durante años, el gobierno ha gastado más de lo que ingresa, financiando este déficit con la emisión de moneda sin respaldo. Esto ha provocado una depreciación masiva del peso cubano, incrementando los precios de los productos, especialmente los importados, y reduciendo el poder adquisitivo de la población. No se trata de la codicia de los comerciantes privados, sino de una política monetaria irresponsable que genera inflación y descontrol económico.
Además, el gobierno cubano mantiene una estructura administrativa gigantesca y poco eficiente, con una gran cantidad de empleados públicos que, en muchos casos, no tienen funciones claras o trabajo productivo. Esta burocracia ineficiente consume una parte significativa del presupuesto estatal, lo que agrava aún más el déficit fiscal. Para abordar la inflación, es fundamental que el gobierno reduzca estos gastos innecesarios y redireccione los recursos a áreas productivas, en lugar de mantener una estructura administrativa obsoleta.
Otra de las fallas del artículo es su defensa de la represión como solución. Las multas y sanciones impuestas a los negocios privados no atacan el problema real. Los comerciantes no son los culpables de la inflación; simplemente operan en un entorno económico que los obliga a ajustar sus precios para sobrevivir. Si el costo de los insumos y productos aumenta debido a la depreciación del peso y la escasez, es lógico que los precios finales también suban. Reprimir a los pequeños empresarios solo fomenta el cierre de negocios, aumenta la informalidad y reduce la oferta de productos, lo que al final perjudica aún más al consumidor.
Para enfrentar la inflación de manera efectiva, el gobierno cubano debe priorizar el equilibrio fiscal, eliminando el déficit o reduciéndolo al mínimo. Esto implica recortar el gasto público excesivo, reducir la emisión de dinero sin respaldo y fomentar la producción local, tanto en el sector estatal como en el privado. Solo con una economía más productiva y un gobierno más eficiente se podrá contener la inflación y, eventualmente, reducir los precios.
Culpar a los comerciantes privados de la crisis actual es desviar la atención de los problemas estructurales que enfrenta la economía cubana. No es posible controlar los precios sin antes controlar el gasto público y la emisión monetaria. Si bien las regulaciones y controles pueden tener un impacto temporal, la solución a largo plazo requiere una reforma económica integral. Los particulares no son el enemigo, sino una parte necesaria para reactivar la economía. En lugar de reprimirlos, el gobierno debería promover un entorno más favorable para el emprendimiento y la inversión, lo que aumentaría la oferta de bienes y ayudaría a estabilizar los precios.
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