La reciente cosecha de papa en la Isla de la Juventud dejó al descubierto las profundas deficiencias del sistema agrícola cubano. Lo que debió ser una campaña planificada para garantizar el suministro básico de alimentos terminó en un rotundo fracaso, con consecuencias directas para la población y los productores. La causa principal fue la imposición de una semilla nueva, sin comprobar su adaptación al terreno, en detrimento de una variedad probada que había mostrado rendimientos estables.
Osmar Enrique Garcés González, un agricultor experimentado de la finca La Reina, sufrió en carne propia las consecuencias. Mientras que en la temporada anterior había logrado obtener 24,5 toneladas por hectárea con la variedad Naima, este año apenas alcanzó siete toneladas con la nueva semilla. Según Garcés, “se pusieron todos los huevos en una misma canasta, se arriesgó todo a una variedad desconocida y nos llevamos el chasco que ya usted ve”.
Este desastre no fue un caso aislado. Otros productores reportaron resultados similares, y lo peor es que no recibieron ninguna explicación oficial. La decisión de cambiar de semilla fue impuesta de manera vertical, sin diálogo con quienes trabajan directamente la tierra. Las consecuencias fueron claras: “falló la variedad y el pueblo pagó las consecuencias”, resumió Garcés.
Más allá del caso puntual de la papa en la Isla de la Juventud, este fracaso refleja un problema estructural en la agricultura cubana. La mala gestión, la improvisación, la falta de planificación basada en datos técnicos y la centralización de las decisiones agravan una situación ya crítica.
La papa, históricamente considerada “la reina” de los tubérculos en Cuba, hoy es símbolo de un sistema agrícola desorganizado. La diferencia entre el precio oficial de 11 pesos la libra y los 150 o 200 pesos en el mercado informal revela la ineficiencia crónica y la incapacidad de garantizar un suministro adecuado.
Intentos recientes de sembrar papa en provincias como Guantánamo, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba han tenido resultados igualmente desastrosos. Rendimientos mínimos, atrasos en la siembra, falta de recursos y decisiones políticas sin respaldo técnico son la norma. La población enfrenta una distribución racionada e insuficiente.
"El desastre que significa la agricultura en Cuba en sentido general es profundo y sistémico: la producción agrícola no puede seguir planificándose desde un buró, ni depender de caprichos técnicos sin validación previa. La comida del pueblo no debe ser el costo de la improvisación".
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