Ana Rosa Valdez, madre del preso político y manifestante del 11 de julio de 2021, Carlos Paul Michelena Valdez, murió esta semana, de acuerdo con la denuncia de Cubalex, una organización sin fines de lucro que defiende los derechos humanos de la ciudadanía.
Según el reporte, después de la detención y condena de su hijo, la cubana comenzó a sufrir depresión y en las últimas semanas se enfermó con dengue.
“Esto la llevó a la muerte. Su hijo, quien solo la tenía a ella, no pudo despedirse”, indica la organización que, de igual modo, compartió una de las últimas entrevistas que Rosa dio en vida:
“El 12 de julio mi hijo estaba en la panadería donde trabajaba en La Güinera. La manifestación lo cogió en la calle, justo en su hora de descanso. Cuando vio la cantidad de gente protestando se puso a grabar un par de minutos, pero no transmitió”, reveló la mujer sobre la jornada en que comenzaron en Cuba las protestas contra el régimen.
Según recordaba, “detrás de la multitud llegaron los boinas negras y le dieron tremenda entrada de golpes. Al punto de romperle el tabique y la cabeza. Llegó al hospital Miguel Enríquez desmayado, y de ahí lo llevaron a prisión. Ahora cumple una pena de 10 años por sedición, atentado y desorden público, aunque nada de eso lo probaron en el juicio. Lo único que tenían en su contra fue ese videito, y que supuestamente estaba cerca de uno de los cabecillas de las protestas, pero mi hijo es de Párraga. Él no conoce a esa persona que acusan de líder”.
La mujer aseguró a Cubanet que su hijo enfrentó “un juicio muy manipulado donde ya eran culpables antes de empezar. El veredicto llegó 30 minutos después de terminar. Eran 19 casos los que allí se analizaron”.
“¿Cómo es posible que solo necesitaran 30 minutos para deliberar sobre la vida de 19 personas?”, cuestionó Rosa.
La mujer, tras la detención de su hijo, vio debilitarse su salud. “En este año he ido al policlínico como nunca. Tengo la presión descompensada, y el estrés me tiene con ronchas y picazón. El médico me manda pastillas para los nervios que no hay. Todo el tiempo ando alterada y de mal humor”, explicó.
Asimismo, denunció lo difícil que se le hace a las familias de los presos conseguir alimentos para llevarles a las prisiones.
“Llevar la jaba es otro tema. Los salarios no dan para nada. Me esfuerzo, pero apenas le puedo llevar un poquito de cosas: un pomo de azúcar, un pomo de mayonesa, leche en polvo si resuelvo, pan, unos dulces, aceite, maní… lo que aparezca”.
“Carlos tiene una niña de cuatro años que pregunta a diario por él y cuando va a la visita no quiere irse. En su inocencia pide quedarse en ‘el trabajo de su papá’, como le dice a la prisión. Han sido doce meses oscuros para él y para nuestra familia. Las condiciones de la prisión son críticas, además lo amenazan con meterme presa por denunciar ante la prensa o llevarlo a él a otra provincia más lejos”, enfatizó.
Rosa insistía en que su hijo solo la tenía a ella, solo con ella podía contar. “Mi hijo solo me tiene a mí, su papá está encamado con un cáncer terminal y no le he dicho el resultado del juicio, ni lo haré. Él está muriendo y no merece pasar el tiempo que le quede sufriendo más aún. Su papá es internacionalista, peleó en Angola. De hecho, aún tiene un pedacito de un proyectil en la espalda. Hasta el año pasado, estuve participando activamente en todas las tareas tanto políticas como culturales de mi trabajo y barrio, pero ya no quiero saber nada de eso. Abrí los ojos”.
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