El más reciente apagón nacional en Cuba, ocurrido el pasado miércoles, volvió a evidenciar no solo la fragilidad del sistema eléctrico, sino también las graves secuelas emocionales que estos episodios generan en la población. Se trata del quinto corte total en menos de un año, en un contexto marcado por la crisis económica, alimentaria y energética.
Julia —nombre ficticio— vive en La Habana y depende de la electricidad para conservar los medicamentos que necesita en su tratamiento contra el cáncer. Cada apagón dispara su ansiedad. “Temo que se estropeen mis medicinas, temo por la comida y hasta por mi supervivencia”, confiesa
Especialistas consultados alertan que la incertidumbre constante está dañando el bienestar psicológico de los cubanos. La psicóloga social Yadira Albet señala que no saber cuándo se irá o regresará la electricidad genera angustia, frustración y un agotamiento sostenido. “La población enfrenta depresión, ira y desánimo que pueden convertirse en estados crónicos”, advierte.
La socióloga Elaine Acosta, directora del Observatorio Cuido60, coincide en que la isla atraviesa una crisis de salud mental. Aunque no existan cifras oficiales, considera que puede hablarse de una “epidemia silenciosa”, con cuadros de ansiedad y depresión que impactan de manera desproporcionada a los sectores más vulnerables.
A ello se suma la falta de acceso a tratamientos especializados o medicamentos psiquiátricos, prácticamente inexistentes en el sistema sanitario cubano.
Según Acosta, muchos ciudadanos ven pocas salidas frente a esta situación: la protesta, la migración o, en la mayoría de los casos, la resignación. Sin embargo, aclara que “un sector significativo de la población carece de energía para expresar su malestar; cuando te quedas sin comer, no puedes ni gritar”.
En su análisis, la prolongada crisis funciona como un mecanismo de control político que desalienta la movilización y genera una sensación generalizada de abandono.
El deterioro psicológico no solo se manifiesta en el plano individual. También se proyecta hacia la convivencia social. La psicóloga Albet señala que el incremento de la violencia y el auge de la drogadicción son reflejo del impacto emocional de la crisis. La socióloga Acosta agrega que muchas veces la tensión “explota hacia afuera” en forma de agresividad, malestar o conflictos familiares.
Incluso quienes emigran cargan con estas huellas emocionales: “La percepción de Cuba como un lugar de inseguridad y sufrimiento acompaña a quienes parten, y afecta la manera en que reconstruyen sus vidas”, explica Albet
La situación económica de Cuba se ha agravado en los últimos cinco años. La isla enfrenta escasez de alimentos, medicinas y combustible; una inflación descontrolada; caída productiva; y una moneda cada vez más devaluada. Los apagones, antes intermitentes, se han vuelto parte de la rutina diaria.
De acuerdo con datos de la Unión Eléctrica (UNE), en julio y agosto los cortes promediaron entre 15 y 16 horas diarias. En algunas regiones superaron las 20 horas, paralizando la vida cotidiana y dificultando cualquier planificación.
En este contexto, la salud mental se convierte en una de las víctimas invisibles de la crisis. Sin embargo, el problema no ha sido reconocido oficialmente ni estudiado de manera sistemática. “La crisis tiene un costo mental altísimo, pero no está valorizado socialmente ni abordado políticamente”, resume Acosta.
Los especialistas coinciden en que el impacto psicológico de los apagones y la precariedad no desaparecerá de un día para otro. Al contrario, dejará cicatrices profundas en toda una generación de cubanos que vive bajo la constante amenaza de la oscuridad.
(Con información de EFE)
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