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26 de julio en Cuba: La tragedia convertida en fiesta

Redacción de CubitaNOW ~ domingo 27 de julio de 2025

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En cualquier país del mundo, el 26 de julio sería una fecha para bajar la cabeza, guardar silencio y recordar a los muertos. Pero no en Cuba. Allí se convierte en un espectáculo anual: se agitan banderas, se organizan desfiles, se transmiten discursos con voz engolada y se grita “¡Viva!” para celebrar… una masacre.

La historia oficial asegura que aquella madrugada de 1953 marcó el inicio de la “liberación”. La verdad es menos épica: fue una operación chapucera contra el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y contra el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Más de 160 jóvenes, muchos sin entrenamiento, algunos disfrazados de militares y otros armados apenas con escopetas de caza, atacaron una fortaleza custodiada por más de mil soldados bien armados. ¿El resultado? Un desastre. Entre 15 y 19 defensores murieron, alrededor de 61 asaltantes fueron abatidos o ejecutados, y decenas de prisioneros terminaron en el paredón.

¿Dónde estaba el líder de la gesta? Mientras sus hombres caían, Fidel Castro se perdía por las calles de Santiago —una ciudad que decía conocer “como la palma de su mano”—. Luego se escondió en las montañas cercanas, cerca de La Gran Piedra, hasta ser capturado y llevado a prisión, desde donde redactó su famosa defensa: La historia me absolverá.

Lo que rara vez se menciona es que ese alegato fue inspirado por otro juicio célebre: el de Adolf Hitler en 1923, tras el fallido golpe de Múnich. Su defensa se tituló Mi lucha. Fidel imitó, plagió y repitió la estrategia del dictador alemán: convertir un juicio en una tribuna política. Gracias a la presión pública de sectores moderados, gozó de un juicio garantista, con micrófonos y prensa, y usó un tono mesiánico y victimista para pasar de conspirador fracasado a figura nacional.

Ironías de la historia: bajo la dictadura de Batista se le permitió hablar, organizarse y salir vivo de la cárcel tras una amnistía en 1955. Ya en el poder, sus propios prisioneros jamás gozaron de esos privilegios.

Pero en lugar de recordar aquella fecha como lo que fue —un atentado fallido y sangriento—, el 26 de julio se convirtió en mito fundacional. Se bautizó como el “Día de la Rebeldía Nacional” y se le canta loas como si se tratara de una victoria. Es como si Francia celebrara cada año la derrota de Dien Bien Phu o si Japón declarara festivo el aniversario de Hiroshima. Un carnaval de balazos perdidos convertido en epopeya.

Festejar el fracaso es un arte en Cuba. Allí se glorifica el plan que salió mal, el mapa que nadie leyó, la emboscada improvisada que llevó a la muerte a decenas de jóvenes idealistas. Se venera a un líder que sobrevivió no por su valentía en combate, sino por pura suerte, para luego erigirse en caudillo absoluto durante más de medio siglo, mientras el país se hundía en el éxodo y la miseria.

El 26 de julio debería ser una jornada de duelo, de reflexión amarga, de reconocimiento colectivo: “Nos engañaron, y el precio fue demasiado alto”. Pero no. Cada año se monta el espectáculo: tarimas, discursos eternos, consignas huecas y la misma farsa de siempre, como si la sangre derramada hubiera sido un buen negocio.

Y al final, queda la lección más amarga:

Mientras sigamos celebrando los fracasos como si fueran victorias, seguiremos condenados a repetirlos.

Tal vez el día que Cuba deje de aplaudir la tragedia, pueda comenzar por fin a escribir su propia absolución.

(Tomado de la página de Facebook de Yunior Leyva)


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