El consumo y tráfico de drogas en Cuba, un fenómeno que durante décadas parecía ajeno a la realidad cotidiana del país, se ha convertido en una preocupación creciente que escapa al control de las autoridades. El más reciente caso ocurrió en la provincia de Holguín, donde cinco personas fueron arrestadas por formar parte de una red que operaba de manera interprovincial.

La información fue divulgada a través del perfil oficialista Cazador-Cazado, una página afín al Ministerio del Interior que suele dar cuenta de detenciones y operativos policiales. Según la publicación, los detenidos fueron identificados como Jorge Betancourt, Jorge Luis Valdés, Dianelis González, Roberto Ricaño y Javier Ricaño Portelles, todos originarios de Hilda Torres, en Holguín, y Banes.

La red fue sorprendida en posesión de diversas sustancias ilícitas, incluyendo hachís, marihuana, cocaína, así como herramientas y medios asociados al tráfico: teléfonos móviles, tarjetas magnéticas, una cantidad significativa de efectivo —más de 640,000 pesos cubanos y 300 dólares—, un automóvil, dos motorinas, tres balanzas digitales y otros objetos vinculados al microtráfico.

“Tremenda cacería”, comenta la publicación, que celebra la captura como un golpe al narcotráfico. Sin embargo, esta detención no es un hecho aislado, sino una muestra más del avance sostenido de un problema que hasta hace pocos años era casi impensable en la sociedad cubana.

Los reportes de consumo, distribución y decomisos de drogas se han vuelto cada vez más frecuentes, no solo en grandes urbes como La Habana o Santiago, sino también en localidades rurales y municipios del interior del país. Las redes sociales oficiales, como Cazador-Cazado, publican con mayor regularidad nombres, rostros y detalles de operativos, en lo que parece un intento por mostrar control frente a una realidad que se desborda.

El problema ya no se limita a círculos marginales. Numerosos testimonios revelan que jóvenes, incluso adolescentes, han caído en el consumo, arrastrando a familias que nunca imaginaron convivir con esta amenaza. Escuelas, barrios y centros laborales se han visto impactados, mientras aumentan las denuncias de venta y consumo de sustancias ilegales en plena vía pública, algo que décadas atrás era virtualmente inexistente.

El crecimiento del narcotráfico parece estar vinculado también al colapso económico que vive el país, donde la desesperación y la falta de oportunidades han empujado a muchos a participar en estas redes ilícitas como forma de subsistencia. La circulación de dinero en efectivo, especialmente en divisas, asociada al negocio de las drogas, contrasta con la precariedad en la que vive la mayoría de la población.

Mientras tanto, las autoridades intensifican los operativos y endurecen los discursos, pero el avance del fenómeno parece haber superado sus capacidades de respuesta. La “cacería” de Holguín representa apenas una gota en un mar que crece sin freno.

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