Casi un año después del paso de los huracanes Oscar y Rafael, la devastación persiste en Cuba: más de un millón de personas afectadas, de ellas 600.000 en condición crítica; Guantánamo —en sus zonas más intrincadas— y Artemisa arrastran infraestructura severamente dañada y miles de familias siguen sin una vivienda adecuada.

El encadenamiento de desastres arrancó en octubre–noviembre de 2024: Oscar permaneció estacionario más de 20 horas sobre Guantánamo, con inundaciones excepcionales, pérdida de vidas y bienes en una región habitualmente seca. Días después, Rafael cruzó Artemisa como categoría 3, arrasando viviendas y golpeando red eléctrica y agricultura. A la secuencia se sumó una serie sísmica en Granma, con dos temblores >6 en la escala de Richter, que agravaron los daños en inmuebles.

La policrisis —con déficit crónico de generación eléctrica, producción frenada y un día a día de supervivencia— relegó la reconstrucción a un segundo plano. Donaciones, planes polémicos para convertir contenedores en hogares e iniciativas locales no han revertido el panorama.

En paralelo, el PNUD sostiene albergues temporales y provee insumos para reducir vulnerabilidades. Con apoyo de COSUDE, CERF, OCHA y Federación Rusa, se adquirieron 29.000 colchones unipersonales y 27.000 lonas para techos, además de 1.000 lonas adicionales, 1.000 sets de cocina, 1.000 palas y 600 kits de herramientas, enviados en vuelos humanitarios desde octubre de 2024. La cooperación busca restaurar condiciones básicas de habitabilidad, mientras se distribuyen recursos a los territorios más golpeados.

No obstante, la emergencia exhibe fisuras en un sistema de Defensa Civil históricamente robusto. En Guantánamo, familias continúan viviendo en contenedores a falta de alternativas. Lo resume un damnificado: “No se puede decir que sea confortable como una casa, pero al menos tengo un techo sobre la cabeza y estoy vivo, solo por eso hay que tirar palante”.

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