La repentina partida del presidente Donald Trump de la cumbre del G7 en Kananaskis, Canadá, marcó un momento de tensión y desconcierto entre los líderes mundiales. Mientras el resto del grupo intentaba cerrar filas frente a la guerra en Ucrania y la escalada entre Israel e Irán, Trump centró su discurso en viejas quejas, entre ellas la expulsión de Rusia del G8 en 2014 tras la anexión de Crimea. Según él, ese acto fue un error estratégico y una de las causas del actual conflicto con Ucrania.

Durante su breve estadía, Trump dejó en claro que aún defiende la reincorporación de Rusia al grupo, y sostuvo que, de no haber sido por la decisión tomada por Barack Obama y el primer ministro canadiense Justin Trudeau hace más de una década, “la guerra ni siquiera habría comenzado”.

“No había necesidad de echar a Putin”, dijo, generando malestar entre sus colegas. Su afirmación contrastó con la postura firme del resto del G7, que apoya abiertamente a Ucrania y condena las acciones del Kremlin.

"Trump causó conmoción no solo al abandonar la cumbre un día antes, sino al negarse a sumarse a las sanciones económicas contra Rusia", a pesar de los pedidos del presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, y del respaldo de líderes europeos. Alegó que Estados Unidos ya carga con un costo económico demasiado alto por sancionar a otros países y que Europa debería actuar primero.

Además, Trump omitió reuniones clave sobre la guerra en Ucrania y el comercio internacional, lo que debilitó aún más la cohesión del grupo. En su lugar, optó por destacar acuerdos bilaterales, como el marco comercial con Reino Unido, e insistió en que protegerá los intereses estadounidenses mediante altos aranceles.

Mientras Israel intensificaba su campaña aérea sobre Irán, Trump hizo un llamado en redes sociales para evacuar Teherán de inmediato, pero se mostró ambiguo sobre una posible intervención militar.

Su enfoque pareció estar más dirigido a consolidar su posición como líder fuerte y desafiante, antes que a actuar en consenso con los aliados del G7.

Su insistencia en defender a Rusia, combinada con su decisión de abandonar la cumbre antes de concluir, reforzó su imagen de figura aislada dentro del escenario internacional. Aunque su presencia fue breve, dominó la narrativa, no por logros concretos, sino por su estilo confrontativo y sus rupturas con la postura común de las democracias occidentales.

En un momento de múltiples crisis globales, la falta de unidad entre los líderes más poderosos del mundo se hizo más evidente que nunca.

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