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Sandro Castro se proclama ‘el elegido’ y predica sobre poder y humildad(video)

Redacción de CubitaNOW ~ lunes 10 de noviembre de 2025

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Sandro Castro, nieto del exdictador Fidel Castro, ha desatado una nueva ola de críticas con el capítulo final de su miniserie El Hoyo (capítulo 3, «La Resurrección»), donde lanza un discurso tan teatral como contradictorio, y tan simbólico como provocador.

En el episodio citado, Castro se presenta como una figura mesiánica: «Tengo mucha resaca cristiana, las oraciones de tantas personas me han traído hasta aquí. … Oh Vampirash, ¿de qué manera? ¿De qué forma?... Necesito revivirte, porque tú eres el elegido. En todo el poder que tengo y del universo, yo Dios, te revivo, porque eres el elegido».

La alocución mezcla metáfora religiosa, auto hipérbole de poder y un tono de salvador. Esa primera mitad de su mensaje va dirigida a «Vampirash», personaje-símbolo que él mismo levanta de entre los muertos para convertirlo en “el elegido”.

Pero no se queda ahí. A continuación, su discurso muta hacia un alegato social-político:

«Queridos seres humanos de nuestro planeta Tierra, debemos estar equiparadamente en nuestros derechos y deberes, unidos, sin mirar razas ni clases sociales… Cesemos un poco a la ambición, a nuestro egoísmo… respetemos un mundo en el que todos podamos cumplir nuestros deseos…». Aquí el nieto de Fidel intenta presentarse como vocero de la igualdad, de la libertad de pensamiento, de un mundo donde la tecnología se use “para el bien”.

Finalmente interroga de forma sarcástica: «¿Para qué deseas una casa grande, cuando al final siempre duermes en la misma habitación? ¿Qué diferencia está en que tengas el coche del último año, cuando lo que te hace sentir bien es llevar tu mascota a hacer las necesidades?» Con ello revela su ironía hacia la ostentación material (una ostentación que él mismo prioriza en sus redes) y lanza una invitación a «estar más unidos que nunca… Con paso firme, corazón valiente y mente fría.»

Analizando este discurso, destacan varias aristas:

Al proclamarse “Dios” y revivir a su alter ego “Vampirash”, Castro despliega una teatralidad mesiánica difícil de separar de su linaje político privilegiado.

No se limita a entretener: se presenta como redentor, seleccionado y a la vez seleccionador.

Mientras predica igualdad, fraternidad y crítica a la ambición, su figura pública continúa asociada al lujo, al privilegio y al estatus que heraldizan décadas de poder dinástico.

Esa contradicción genera malestar entre quienes sufren la crisis cubana.

La resurrección, el “Dios”, los elegidos… todo remite a una narrativa grandiosa que choca directamente con la precariedad material de buena parte de la población cubana.

En ese choque encuentra su fuerza provocadora y su oportunidad de viralidad.

Al invocar el deber, la igualdad, cuestionar la ambición, el mensaje se traslada del ámbito del arte al del activismo (o autopropaganda) social. Pero queda la pregunta: ¿actúa como artista crítico o como heredero provocador que usa el arte para reafirmar su estatus?

Parte del mensaje es claro, pero lo suficientemente velado para permitir múltiples interpretaciones: ¿Qué significa revivir “Vampirash”? ¿Es una metáfora de él, de sus privilegios, de su generación? ¿O es un guiño a que la vieja guardia resucita? Esa ambigüedad es parte del show.

En un país donde la crisis económica, la escasez y las desigualdades estructurales son una realidad cruda, el discurso de Castro se vuelve doblemente polémico.

Por un lado, algunos pueden interpretarlo como una ironía crítica o un performance artístico que evidencia las contradicciones del sistema; por otro, muchos lo perciben como una frivolización del sufrimiento y una reafirmación de la impunidad del poder.

En resumen, Sandro Castro entrega un capítulo final que funciona como manifiesto personal: alzarse, resucitar su figura, lanzar un sermón de igualdad y fraternidad, y al mismo tiempo exhibir la tensión entre privilegio privado y discurso público.

El reto para el público cubano y para la prensa que lo analiza es discernir si estamos ante un gesto artístico de crítica social o ante una operación simbólica de auto-justificación de una élite que pretende reinventarse.

La provocación está servida, y la división también.


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