Los cubanos no fuimos bienvenidos en la charla que ofreció en Madrid una de las propagandistas del programa oficialista Con Filo. A pesar de que se trataba de un evento supuestamente público y de interés general, se llamó a la policía para impedir la entrada a ciudadanos cubanos interesados en escuchar, preguntar o simplemente presenciar lo que allí se decía.

La excusa fue que se trataba de un "evento privado" en una "propiedad privada", aunque la presencia de personal diplomático y la cobertura mediática oficialista sugieren otra cosa: que era un acto político encubierto, financiado con recursos del Estado cubano para hablar sin que nadie incomode.

Desde el exterior del recinto, los que quedamos fuera —mayoría clara frente a los pocos que entraron— fuimos testigos de lo que parecía ser un evento carente de vida.

Ninguna ovación, ninguna risa, ningún aplauso rompía el silencio.

Solo vimos a algunos asistentes salir periódicamente a estirar las piernas, como si buscaran aire ante tanta densidad propagandística.

El contraste entre la escasa audiencia y la cantidad de cubanos congregados en la calle fue evidente: había más interés por confrontar la narrativa oficialista que por consumirla.

La figura central del evento, visiblemente incómoda, fue escoltada al salir por la puerta trasera. Fue un escape apresurado, poco digno, pero revelador: ni siquiera en tierra ajena, con condiciones controladas y acceso restringido, logran construir un ambiente genuino de apoyo.

Esta escena habla de un fenómeno más amplio: la maquinaria propagandística del régimen cubano ya no convence ni a los jubilados que fueron llevados al lugar, ni al personal de embajada que no puede fingir entusiasmo por siempre.

Cuando la única manera de garantizar que el mensaje se escuche es cerrando puertas y llamando a la policía, lo que se está defendiendo no es la verdad, sino el miedo al debate.

Mientras tanto, en la calle, los cubanos libres siguen hablando. Y son más.

Crédito: Yunior Rodríguez

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