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La otra cara del Primero de Mayo que Lis Cuesta y Díaz-Canel no quieren ver

Redacción de CubitaNOW ~ jueves 1 de mayo de 2025

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“Ya estamos en la Plaza. Amanece y se confirman las expectativas: Cuba siempre puede superarse a sí misma. Como dice el General de Ejército: ‘¡Qué clase de pueblo tenemos!’”, escribió Lis Cuesta y su esposo el presidente Miguel Díaz-Canel, en redes sociales durante la celebración del Primero de Mayo.

Las palabras, lejos de inspirar orgullo, despertaron indignación en quienes viven una realidad totalmente opuesta a la que proyecta la cúpula del poder.

Desde el pueblo de Chaparra, en la provincia de Las Tunas, Lily Apiu —una tunera como tantas— comparte un panorama completamente distinto. “Ya es primero de mayo. Chaparra en apagón desde la una de la madrugada hasta las seis de la mañana. A las doce del mediodía habrá otro apagón hasta las cuatro, y a las ocho de la noche, otro más, que suele durar hasta la una de la mañana”, relata con resignación. La oscuridad no es solo eléctrica, es simbólica: representa el abandono, el cansancio y la desesperanza de un pueblo agobiado.

En esa misma localidad, el pan —reducido a una sola bolita diaria— ahora llega con irregularidad o simplemente no llega. “Llevamos días sin pan. No hay aviso de cuándo volverá. Y así nos piden que desfilemos, como si eso cambiara algo”, cuenta Lily.

Y no es solo el pan: los salarios son bajos, la inflación galopante, y la canasta básica es ya una sombra de lo que fue. La escasez de medicamentos golpea a los más vulnerables, descompensando a miles de enfermos que no tienen acceso a los fármacos esenciales.

Mientras el pueblo sobrevive con lo mínimo, el régimen despliega una enorme logística y recursos —combustible incluido— para garantizar un desfile que, lejos de representar apoyo popular, refleja una mezcla de inercia y presión institucional. “Nadie se engañe: esos desfiles no significan respaldo. Son resultado de una maquinaria de control. Se va por miedo, no por convicción”, afirma la tunera con claridad.

Pero lo más doloroso no está solo en la escasez o los apagones. Está en la indiferencia oficial frente al sufrimiento humano. “Una señora con cáncer terminal pidió ver a su hijo, el único ser querido que le queda. Él fue detenido por manifestarse pacíficamente. Ella muere sola, sin siquiera un pase para una despedida. ¿Qué clase de sistema impide algo tan básico, tan humano?”, se pregunta Lily con una mezcla de rabia e impotencia.

La televisión estatal silencia estas voces, concentrándose en mostrar un país que no existe.

Un país de consignas, pancartas y vítores vacíos. Mientras tanto, el verdadero pueblo —el que no desfila por convicción sino por temor o necesidad— continúa atrapado en una crisis cada vez más profunda.



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