Las frases que forjaron el poder: consignas del gobierno cubano bajo la lupa (VII)“En cada cuadra un comité”
Redacción de CubitaNOW ~ domingo 28 de septiembre de 2025

La frase “En cada cuadra un comité” nació como consigna de seguridad revolucionaria y pronto se convirtió en uno de los pilares del control social en Cuba. Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), fundados en 1960, fueron presentados como una muralla popular contra el “enemigo externo”. Sin embargo, en la práctica, se transformaron en un sistema de vigilancia cotidiana que penetró la intimidad de cada barrio.
El comité no fue solo una organización: fue un mecanismo de poder que rompió la frontera entre lo público y lo privado. Vecinos que antes compartían la taza de café o la ayuda en la construcción de una casa pasaron a observarse con recelo. La denuncia y el chisme adquirieron rango de “virtud revolucionaria”. El que informaba al comité se convertía en “compañero confiable”; el que no participaba quedaba bajo sospecha.
Con el tiempo, esa vigilancia constante degeneró en una cultura del miedo, donde la envidia y la competencia por la “lealtad política” pesaban más que la convivencia natural. Muchos cubanos recuerdan cómo la vida del barrio quedó reducida a listas de asistencia, guardias nocturnas y evaluaciones de “conducta social”, una etiqueta que podía abrir o cerrar las puertas a un trabajo, o a un viaje.
Fue ahí donde cobró fuerza la llamada “verificación”, uno de los mecanismos más implacables de control social. Para optar por un puesto de trabajo importante, un ascenso, una beca en el extranjero o incluso un simple viaje, el expediente del ciudadano no se cerraba sin la opinión del comité de la cuadra. Esa consulta se convirtió en un examen de lealtad política y moral, en el que la persona quedaba totalmente expuesta a los criterios del presidente, la presidenta, el jefe de vigilancia o cualquier miembro con peso en la organización.
La verificación era, en realidad, un juicio sumario sin derecho a defensa. Bastaba que alguien mencionara una “mala actitud”, una “falta de combatividad” o, peor aún, una “duda ideológica” para cerrar de golpe puertas decisivas en la vida de una persona. Incluso rencores personales o rivalidades vecinales encontraban en ese espacio la coartada perfecta para venganzas privadas. La envidia de un vecino, el comentario de una discusión doméstica o un simple chisme podían transformarse en un obstáculo insalvable para el desarrollo personal.
Así, el comité se convirtió en una especie de tribunal paralelo de la vida cotidiana, un filtro que otorgaba o negaba posibilidades. La frase “En cada cuadra, un comité” no solo significó vigilancia; significó control absoluto sobre las aspiraciones de cada ciudadano. Nada escapaba a ese escrutinio: ni el trabajo, ni la educación, ni la movilidad, ni siquiera los sueños de salir del país.
Este mecanismo institucionalizó la figura del “chismoso oficializado”. Lo que antes era un defecto de carácter —la indiscreción, el gusto por hablar mal del vecino— se convirtió en virtud política. El delator ya no actuaba en la sombra: era parte reconocida del engranaje del poder. De este modo floreció una pequeña tiranía de barrio, donde los envidiosos, los frustrados y los oportunistas encontraron un escenario perfecto para sentirse importantes y ejercer poder sobre los demás.
El resultado fue una sociedad fragmentada y desconfiada, donde la confianza entre personas comunes quedó corroída. La consigna que prometía proteger frente a un enemigo externo terminó funcionando como un candado interno, un mecanismo que ató la vida de los cubanos a la mirada constante del otro. Décadas después, la sombra de esa frase sigue pesando sobre la forma en que los cubanos se relacionan entre sí, donde muchas veces la primera reacción no es confiar, sino sospechar.
Más que un comité en cada cuadra, lo que se instauró fue una cultura de vigilancia que colonizó la vida privada, condicionó los proyectos personales y legitimó la envidia como herramienta política. Una de las frases más eficaces para entender cómo se construyó el poder en Cuba no fue un discurso grandilocuente, sino una advertencia simple: en cada cuadra, alguien te vigila.