La Franja de Gaza vive horas aún más dramáticas tras el paso de la tormenta Byron, un fenómeno climático que ha golpeado con especial crudeza a una población ya exhausta por meses de destrucción y desplazamientos forzados.

Según reportes desde el terreno, al menos 15 palestinos han muerto como consecuencia directa de las fuertes lluvias y las condiciones extremas, mientras decenas de miles de personas han perdido lo poco que tenían: tiendas de campaña, refugios improvisados, colchones, mantas y ropa. Hoy, muchos duermen a la intemperie, bajo la lluvia persistente y un frío que cala los huesos.

Las imágenes y testimonios difundidos por periodistas y comunicadores como Motaz Azaiza, Enrique Glez. Llorca y Almudena Ariza Núñez muestran una realidad devastadora. Los campamentos no resisten. El agua y el barro lo arrasan todo, convirtiendo los pasillos de tierra en lodazales intransitables y las tiendas en trampas húmedas e inhabitables. Bebés, niños, adolescentes, adultos y personas mayores pasan las noches empapados, sin abrigo suficiente, expuestos a enfermedades y a una hipotermia silenciosa.

Almudena Ariza ha alertado de que muchas de las 78 familias apoyadas por la iniciativa solidaria “De Gaza al Mundo” lo están perdiendo todo nuevamente. Tiendas destruidas, colchones mojados, mantas inutilizables y ropa empapada describen una escena que se repite una y otra vez. Cada día es una emergencia distinta, pero con el mismo denominador común: el sufrimiento ininterrumpido de la población civil.

Cuando la tormenta pase —si es que el alivio llega pronto— habrá que reconstruir desde cero. No se trata solo de levantar nuevas tiendas, sino de devolver un mínimo de dignidad a personas que han visto cómo la lluvia se suma a la guerra para despojarlas incluso del refugio más precario. En Gaza, el clima también se ha convertido en enemigo.

Ante este panorama, las llamadas a la solidaridad internacional se multiplican. La ayuda humanitaria resulta urgente y vital para proporcionar refugio, abrigo y alimentos a quienes hoy no tienen nada. La tormenta Byron no solo ha dejado destrucción material; ha evidenciado, una vez más, la extrema vulnerabilidad de una población que resiste entre el barro, el frío y el olvido.

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