En la Cuba actual, marcada por la escasez y la crisis económica, el día a día de los ciudadanos más humildes se ha convertido en un verdadero acto de supervivencia. Los vendedores ambulantes, jubilados con pensiones insuficientes y trabajadores informales, representan una de las últimas alternativas para llevar alimentos y artículos básicos a sus familias.

Sin embargo, estos esfuerzos se ven constantemente amenazados por la actuación de la policía, que en muchos casos actúa con extrema violencia y arbitrariedad, decomisando mercancías bajo el pretexto de combatir el “acaparamiento” o actividades económicas “ilegales”.

Los testimonios y videos compartidos en redes sociales muestran que los operativos policiales afectan no solo a quienes intentan ganarse la vida, sino a toda una comunidad que depende de ellos. La indignación popular crece al ver que los verdaderos delincuentes continúan operando con impunidad, mientras que quienes solo buscan poner comida en la mesa son perseguidos. Usuarios en Facebook han denunciado la doble moral del sistema: mientras la policía se ensaña con los humildes, grandes negocios y personajes con influencia quedan fuera del alcance de la ley. Esto genera un sentimiento de impotencia, miedo y desesperanza, consolidando la percepción de que el poder está por encima de la justicia y la dignidad humana.

El impacto de estas acciones va más allá del decomiso de mercancía. Son sueños truncados, familias que enfrentan hambre y un ambiente de terror silencioso donde la población se siente desprotegida. La sensación de abuso se intensifica al observar cómo las autoridades, en lugar de garantizar seguridad y equidad, se convierten en actores de opresión que priorizan la protección de intereses económicos privilegiados frente al bienestar del pueblo.

Los comentarios en redes reflejan un clamor generalizado: muchos cubanos consideran que la PNR debería concentrarse en combatir delitos graves como robos, asaltos y corrupción, en lugar de atacar a quienes luchan por sobrevivir.

Esta situación evidencia una crisis de legitimidad, donde la función de proteger se transforma en un mecanismo de control y represión, profundizando la desigualdad y la frustración de la población. En tiempos de crisis, la justicia y la solidaridad deberían ser el sostén de la sociedad, no el temor impuesto desde la fuerza.

Fuente: La Nueva Cuba

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