Hoy cumple medio milenio una de las ciudades más hermosas del mundo, y también, una de las más azotadas por el paso del tiempo. La Habana, como una imponente mujer que domina el Caribe y el Golfo de México, fue el esplendor del Viejo Mundo hace siglos. Luego se convirtió en una de las urbes más prósperas del siglo XX, en referente mundial de estilos arquitectónicos. Y también, en una ciudad triste.

Cada cubano tiene su propia Habana. Y la ha vivido intensamente, desde la pobreza de

Centro Habana hasta la opulencia de sus barrios de Miramar.

Muchos compatriotas han encontrado el amor en esa ciudad entrañable, y siempre la llevan en el recuerdo como un capítulo inquebrantable de sus vidas.

Los que viven fuera de la Isla, cargan su imagen sobre los hombros con una gran cuota de dolor, de añoranza, de vana esperanza sobre lo que pudiera ser La Habana.

La capital de Cuba, villa de San Cristóbal, epicentro cultural del Caribe, también ha sido testigo de la represión, del odio visceral entre cubanos, y también, de la reconciliación.

Ha visto cómo sus hijos pierden la esperanza frente a la falta de libertades básicas.

Este viernes miles de fuegos artificiales iluminaron el Castillo de los Tres Reyes del Morro y la Fortaleza de la Cabaña. En la otra orilla del mar, en los predios del Castillo de la Punta, miles de cubanos aplaudían ante el espectáculo de luces. Unos metros más allá, donde empieza la Calle San Lázaro, la oscuridad volvía a sus calles. Solo el cielo se iluminaba intermitentemente de verde, de rojo, de azul. A lo lejos, el sonido de los fuegos artificales agasajaban los 500 años de La Habana, nuestra Habana, una Habana que se quedará sin hijos si no actuamos a tiempo.

No es su culpa, y no lo será nunca. La Habana es una madre. Todos sabemos cómo cuidar a una madre.

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