Por primera vez en mucho tiempo, una alta figura del régimen cubano ha admitido lo que millones de cubanos viven a diario: la situación del país ha superado la capacidad de respuesta del gobierno. En una declaración inusualmente honesta, el primer ministro de Cuba reconoció públicamente que los problemas actuales rebasan a los funcionarios del sistema, dejando entrever un colapso institucional en marcha.

Durante décadas, el régimen cubano ha mantenido un discurso de control, estabilidad y resistencia frente a cualquier adversidad. Sin embargo, las palabras del primer ministro rompen con esa narrativa y confirman lo que ya es evidente para la población: la isla atraviesa una crisis sin precedentes. Desde la escasez de alimentos y medicinas, hasta los apagones constantes y la creciente migración masiva, Cuba está sumida en una emergencia nacional que no se puede maquillar más.

El reconocimiento de esta incapacidad no es solo una declaración política: es el reflejo del agotamiento de un modelo que ha demostrado ser insostenible. Los cubanos llevan años sobreviviendo en condiciones extremas, con salarios que no alcanzan, una inflación descontrolada y sin acceso a servicios básicos. Y lo peor: sin respuestas efectivas ni voluntad real de cambio por parte de quienes gobiernan.

Mientras el pueblo resiste en las calles, los dirigentes parecen haber llegado a su límite. Pero admitir el fracaso no basta. ¿Qué soluciones concretas proponen? ¿Están dispuestos a escuchar al pueblo y abrir paso a un cambio real? O simplemente están reconociendo su ineficiencia como una forma de preparar el terreno para más represión y excusas.

Este momento podría ser un punto de inflexión para Cuba. La pregunta es: ¿seguirá el régimen aferrado a su poder a pesar del evidente colapso o permitirá finalmente una transición hacia una Cuba más libre, justa y viable?

El pueblo cubano ya despertó. Y ahora, incluso sus líderes comienzan a admitir que el sistema se tambalea.

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