Este episodio de Zoila y Barrenechea lo registrará la historia como ejemplo de depravación ética y deshumanización del gobierno cubano
Redacción de CubitaNOW ~ miércoles 7 de mayo de 2025

Zoila Chávez Pérez murió pidiendo ver a su hijo. Durante meses, su rostro envejecido se convirtió en símbolo del dolor silenciado de muchas madres cubanas. A sus 84 años, Zoila, enferma de cáncer y al borde de la muerte, solo pedía una cosa: un último encuentro con José Gabriel Barrenechea Chávez, su hijo, injustamente encarcelado desde noviembre de 2024 por participar en una protesta pacífica.
La protesta en Encrucijada, Villa Clara, no tuvo motivaciones políticas directas. Fue el hartazgo de un pueblo sometido a la oscuridad, sin electricidad, sin alimentos, sin gas, lo que empujó a los vecinos a las calles. Golpeaban cazuelas vacías, pedían luz. Pedían dignidad. Entre ellos estaba Barrenechea, intelectual, escritor y opositor pacífico, quien no llevaba ni caldero ni pancarta, sino palabras de calma.
En los vídeos recuperados recientemente puede vérsele pidiendo serenidad a la multitud, recordando que había niños presentes, intentando abrir espacio al diálogo.
La respuesta del Estado fue otra. A la mañana siguiente, la Seguridad del Estado lo detuvo junto a otros manifestantes. Desde entonces, permanece en prisión preventiva, sin acusación formal válida, violando los plazos que establece la ley cubana.
Primero lo acusaron de sedición, luego de desórdenes públicos. Una fórmula habitual para castigar el disenso y sembrar el miedo.
Mientras tanto, su madre se apagaba.
Cada visita a la cárcel costaba cerca de 20.000 pesos, un gasto imposible para una familia que ya había tenido que vender partes de su vivienda para alimentarse. En marzo de 2025, los videos de Zoila suplicando por su hijo se hicieron virales.
Con voz temblorosa, decía: “Lo único que quiero es, aunque sea un mes, estar con mi hijo antes de morirme”. Esa súplica jamás fue escuchada por las autoridades.
La familia logró, gracias a la ayuda de amigos y voluntarios, conseguir medicamentos y cuidados paliativos mínimos. Pero nada fue suficiente. El 21 de abril sufrió una hemorragia. Fue llevada de urgencia al hospital de Santa Clara, pero pronto fue enviada de vuelta a su casa, como dicta la política de “morir en casa” impuesta en los hospitales cubanos, sin importar las condiciones.
Así, en una cama fowler oxidada, entre inyecciones de duralgina y una pobreza extrema, Zoila murió esperando.
Ni el dolor de una madre, ni la falta de pruebas, ni la presión pública han sido suficientes para lograr la liberación de Barrenechea.
El Estado cubano ha demostrado que no necesita razones para castigar. La injusticia no es un error: es una herramienta.
La historia de Zoila y José Gabriel revela el punto extremo al que ha llegado la represión en Cuba. Ya ni siquiera se molestan en justificar, en maquillar la opresión. El poder ha renunciado incluso al uso de las palabras.
Han abandonado el discurso porque ya no les hace falta: solo les basta con el castigo.
Hoy, José Gabriel sigue preso. Zoila ya no está. Y el pueblo de Encrucijada sigue en penumbras. Pero esta historia —como muchas otras— quedará escrita, para cuando la justicia regrese a Cuba.
Sobre unas palabras de Yania Suárez Calleyro