El hielo se vuelve “lujo” en Cuba: apagones y un negocio que crece en los circuitos priorizados
Redacción de CubitaNOW ~ lunes 15 de diciembre de 2025
En la Cuba de finales de 2025, el hielo dejó de ser un recurso doméstico para convertirse en un bien escaso y, en muchos casos, en un artículo de lujo. La causa principal es la crisis energética: apagones prolongados —con cortes que superan con frecuencia las 36 horas— hacen inviable el funcionamiento básico de refrigeradores y congeladores en amplias zonas del país.
La consecuencia es directa: si la electricidad falla durante demasiado tiempo, las neveras no enfrían, el agua no llega a congelarse y los alimentos se dañan con rapidez bajo temperaturas elevadas. En ese escenario, el hielo pasó de lo cotidiano a lo excepcional, y su disponibilidad marca una brecha entre quienes pueden sostener el frío y quienes no.
Esa diferencia se nota especialmente en los llamados “circuitos priorizados”, áreas donde el servicio eléctrico suele ser más estable por la cercanía de hospitales, centros estratégicos o instituciones relevantes. En un tramo de Matanzas, en las inmediaciones de un hospital pediátrico, se reporta la proliferación de viviendas que han comenzado a vender hielo de manera informal o semiform al público, aprovechando que allí el suministro permite mantener congeladores operativos.
La venta se realiza en formatos simples —jarros o porciones— y el precio de referencia que circula entre residentes es de 50 pesos por jarro, una cifra que puede parecer menor frente a la inflación, pero que representa un ingreso constante para quienes logran producirlo. A la vez, se convierte en un gasto inevitable para familias que necesitan conservar alimentos, enfriar la leche de un niño o resistir las altas temperaturas cuando el apagón se prolonga.
El fenómeno también evidencia otra fractura: la de los hogares que cuentan con paneles solares, inversores o baterías portátiles —capaces de sostener refrigeración mínima— frente a quienes dependen por completo del sistema eléctrico estatal. En la práctica, el hielo funciona como termómetro social: para algunos es rutina; para otros, necesidad y “milagro” de supervivencia doméstica.
En barrios no priorizados, donde la corriente llega menos o llega tarde, el hielo se vuelve aún más inaccesible. Allí no solo se encarece la posibilidad de comprarlo, sino que se multiplica el riesgo de pérdida de alimentos y se agrava el desgaste cotidiano: carnes que se echan a perder, frijoles que no duran, leche que no se conserva y una sensación de calor permanente que se mezcla con la frustración.
Más allá del negocio puntual, la expansión de la venta de hielo en circuitos privilegiados se ha convertido en un síntoma de la crisis: la economía doméstica se reorganiza para gestionar la escasez, y lo que antes era normal —abrir el congelador y sacar una bandeja— hoy depende de ubicación, tecnología o dinero. En la Cuba actual, conseguir hielo ya no es un detalle: es una ventaja.