Díaz-Canel promete un Partido “más democrático” en un país sin elecciones libres
Redacción de CubitaNOW ~ sábado 13 de diciembre de 2025
Durante un reciente Pleno del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel volvió a insistir en una idea que el régimen repite desde hace décadas: la necesidad de “democratizar” al único partido político permitido en el país. Para justificarlo, el mandatario citó una frase de Raúl Castro: “Si somos el único Partido, tiene que ser el Partido más democrático, porque es el Partido de todo el pueblo cubano”. Sin embargo, el planteamiento revela una contradicción de fondo: no es el Partido lo que Cuba necesita democratizar, sino el país entero.
Díaz-Canel habló de combatir el burocratismo, el formalismo y la inercia; de fortalecer la rendición de cuentas; de acercarse más a los problemas reales de la población y de dar mayor participación ciudadana en las decisiones. Palabras que, aisladas del contexto cubano, podrían sonar razonables. El problema es que todas esas promesas se enuncian dentro de un sistema político que excluye de raíz cualquier forma real de pluralismo, competencia política o control ciudadano del poder.
La idea de un “partido único democrático” es, en sí misma, una paradoja. La democracia moderna se sustenta en derechos políticos básicos: libertad de asociación, libertad de expresión, elecciones libres y competitivas, separación de poderes y alternancia en el gobierno. Ninguno de esos elementos existe en Cuba. Pretender que la democracia pueda florecer dentro de una estructura diseñada precisamente para evitarla es una ficción política que solo sirve para perpetuar el control de una élite sobre la sociedad.
Cuando Díaz-Canel afirma que hay que “fortalecer la unidad” y “defender la batalla ideológica”, deja claro que la prioridad no es empoderar al ciudadano, sino blindar al sistema frente a cualquier cuestionamiento. La llamada “participación popular” se limita a escuchar, canalizar quejas y movilizar a la población en función de decisiones ya tomadas, no a permitir que los cubanos elijan libremente su rumbo político o económico.
La miseria que hoy abruma al pueblo cubano —apagones interminables, salarios que no alcanzan, escasez de alimentos y medicinas, emigración masiva— no es consecuencia de un déficit de “democracia interna” en el Partido, sino del monopolio absoluto que ese Partido ejerce sobre el Estado, la economía y la vida social. Mientras el PCC controle todas las instituciones, los medios de comunicación, los sindicatos y las organizaciones sociales, cualquier promesa de cambio será cosmética.
Democratizar Cuba implicaría permitir la existencia de otros partidos, legalizar la oposición, liberar a los presos políticos, garantizar elecciones libres y reconocer el derecho de los ciudadanos a disentir sin miedo a la represión. Nada de eso estuvo presente en el discurso presidencial. Por el contrario, se insistió en que “cada día de la Revolución es una victoria” frente a un enemigo externo, reforzando la narrativa de plaza sitiada que justifica el autoritarismo interno.
La frase citada por Díaz-Canel resume bien el problema: el régimen sigue creyendo —o fingiendo creer— que el Partido es sinónimo de pueblo. Pero el pueblo cubano es mucho más diverso, plural y crítico de lo que el discurso oficial admite. No necesita un Partido “más democrático”; necesita derechos, libertades y la posibilidad real de decidir su futuro.
Mientras la democratización se limite a ajustes internos dentro de una estructura cerrada, Cuba seguirá atrapada en el mismo ciclo de promesas vacías y crisis profundas. La salida a la miseria no pasa por reformar al Partido, sino por democratizar el país. Todo lo demás es retórica para ganar tiempo.