Hoy Cárdenas amaneció con un silencio diferente. De esos que pesan, que duelen, que anuncian una pérdida demasiado temprana. Lázaro, conocido por muchos como “el Máscara”, decidió marcharse antes de tiempo. Solo tenía 29 años, una edad en la que todavía se sueña, se proyecta el futuro y se vive sin pensar demasiado en el mañana.

La noticia de su muerte se extendió rápido, de boca en boca y de muro en muro, dejando tras de sí una mezcla de dolor e incredulidad.

Quienes lo conocieron lo describen como un joven alegre, fiestero, solidario, de esos que nunca faltan cuando alguien los necesita, sea en la alegría o en la tristeza.

“No te quitaste la vida, la vida te robó… me quitó más que un amigo, me quitó un hermano”, escribió uno de sus amigos en redes sociales, compartiendo que ambos celebraban el mismo cumpleaños, el 20 de marzo. “Cada cumpleaños ya no será lo mismo para mí”, añadió.

Detrás de cada mensaje de despedida se percibe la huella profunda que Lázaro dejó en su entorno.

Un muchacho querido, cercano, lleno de vida, que sin proponérselo marcó a muchos con su forma de ser.

Sin embargo, su muerte también vuelve a poner sobre la mesa una realidad dolorosa y silenciada en Cuba: el creciente número de jóvenes que deciden poner fin a sus vidas.

En los últimos meses, varias comunidades —especialmente en provincias del centro y occidente— han reportado casos similares, donde la desesperanza, las dificultades económicas y la falta de atención psicológica agravan un panorama ya complejo.

Cada historia deja un eco de preguntas sin respuesta. ¿Qué tanto puede soportar un joven que crece en la incertidumbre? ¿Cuántos silencios esconden la angustia de quienes no encuentran una salida?

Que su recuerdo —el del Máscara de tantos momentos— permanezca vivo en la memoria de quienes lo amaron.

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