Cauto Cristo, en la provincia de Granma, vive hoy una de las páginas más tristes de su historia. Tras el paso devastador del huracán Melissa, el municipio quedó prácticamente destruido y sin apoyo del Gobierno. “Aquí no las hemos visto negra”, dice con amargura un campesino, mientras observa los restos de lo que antes fue su hogar y su cosecha.

El ciclón no solo arrasó con techos y cultivos; también dejó al desnudo la indiferencia hacia la Cuba rural. Durante días, los pobladores han estado sin agua potable, sin electricidad, sin alimentos y sin asistencia médica.

A pesar del sufrimiento, ningún dirigente municipal o provincial ha aparecido por la zona. “Estamos solos”, repiten una y otra vez los habitantes, cansados de promesas vacías y discursos ajenos a su realidad.

Las imágenes que llegan desde Cauto Cristo estremecen: casas inundadas, caminos destruidos, animales muertos y familias que lo perdieron todo. Muchos campesinos duermen bajo plásticos o en viviendas semidestruidas, intentando rescatar lo poco que quedó. En medio del desastre, el pueblo se organiza como puede, compartiendo lo mínimo, sosteniéndose unos a otros.

Mientras tanto, el régimen prioriza actos oficiales y propaganda política, en lugar de brindar auxilio inmediato a quienes más lo necesitan. Es el retrato fiel de un país donde el campo produce la comida, pero no recibe apoyo; donde los que siembran y alimentan a Cuba son los primeros en sufrir y los últimos en ser escuchados.

Desde el oriente cubano, el grito de Cauto Cristo es también el de toda la Cuba olvidada. La de los pueblos sin recursos, la de los niños que esperan leche y pan, la de los abuelos que no tienen medicinas, la de los campesinos que enfrentan solos la furia de la naturaleza y el abandono del Estado.

Hoy, más que nunca, Cuba rural necesita ayuda, visibilidad y solidaridad real. Porque entre el agua, el lodo y la miseria, sigue latiendo un pueblo digno que no se rinde, aunque el poder lo ignore.

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