¡Así arrancó el curso escolar en un Preuniversitario de La Habana!: con gritos, amenazas y una actitud que dice más del sistema que del individuo. En un video difundido por la periodista independiente Yoani Sánchez, se ve al director del plantel vociferando como si estuviera en una batalla, no en una escuela. Un arranque de ira transmitido sin filtros, sin pedagogía, sin el más mínimo respeto.

Lejos de representar liderazgo, empatía o respeto —valores esenciales en la formación de los jóvenes—, el director mostró todo lo contrario: prepotencia, vulgaridad y una completa falta de control emocional.

La escena, que ha generado indignación en redes, deja claro que la escuela cubana está lejos de ser un espacio de aprendizaje sano. Porque, ¿qué se puede aprender de un adulto que pierde los estribos ante sus alumnos? ¿Qué ejemplo reciben esos jóvenes cuando su referente grita en vez de dialogar?

Este incidente no es aislado. Es el espejo roto de un sistema educativo al borde del colapso, donde faltan maestros, materiales y condiciones mínimas para enseñar y aprender. Pero también faltan líderes. Faltan modelos a seguir.

Y aquí está el verdadero problema: ¿en qué espejo se miran los estudiantes cuando el que dirige su escuela es el primero en perder la compostura? ¿Qué valores se pueden transmitir cuando el discurso se reduce a la grosería? El aula debería ser refugio, no trincheras.

La frustración puede ser comprensible. Los apagones, la miseria y la desorganización desgastan a cualquiera. Pero eso no justifica la agresividad. Mucho menos cuando va dirigida a quienes más necesitan comprensión, guía y respeto: los estudiantes.

Si este es el “bienvenida” oficial al nuevo curso escolar… ¿qué les espera en el resto del año con un director que grita a los cuatro vientos que "él no tiene que controlar la disciplina"?

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