Decir "Ulises Toirac" y que en nuestros rostros se dibuje una amplia sonrisa e incluso, una carcajada estrepitosa es algo normal. En este caso el conocido humorista rememora aquellas noches que los cubanos esperábamos con anhelo el programa "Sabadazo"
Ulises Toirac rememora con una mezcla de orgullo y nostalgia sus años en el programa Sabadazo, cuando los actores eran tratados casi como “semidioses” en Cuba: “No extraño eso porque llegaba a resultar opresor, aunque confieso estar orgulloso y agradecido por la causa de todo ese cariño"
Su experiencia revela un fenómeno social singular: en un país donde el acceso a la televisión era limitado, la presencia en un programa popular significaba ser reconocido en los lugares más remotos, “donde había un televisor por cada diez familias, y ¡nos conocían!”
Toirac admite que la palabra “fama” no es de su agrado, la considera un poco “fifty”, pero reconoce que el estatus que alcanzaron fue innegable. Una anécdota ilustra este punto: durante una reunión en “El Cochinito” de 23, el personaje Gustavito Sabadazo se paró en la acera con los brazos en jarra, provocando que carros y guaguas se detuvieran, y que hasta los policías de tránsito pidieran autógrafos. “Era una verdadera locura. Los índices de popularidad se salían de las gráficas. Había que tener mucho raciocinio y madurez pa que no se le jodiera la cabeza.” Esto muestra el nivel de impacto y conexión que tenían con el público, y cómo la fama, aunque poderosa, podía ser también un desafío para quienes la vivían.
¡San Lázaro, devoción y humor en la Cuba popular! En un relato que mezcla fe, tradición y humor, Toirac cuenta una anécdota del 17 de diciembre, día de San Lázaro, patrón muy venerado en Cuba. En ese día, miles acuden a las iglesias para rendir honores y cumplir promesas. “Suele ser un espectáculo que si no fuera por su significado, sería grotesco,” señala, aludiendo a las demostraciones masivas y a veces extremas de devoción que se observan en la festividad.
La historia gira en torno a Boncó Quiñongo, personaje de Sabadazo, quien ese año fue al santuario a pedir y hacer su promesa. Después de mucha dificultad logró entrar a la iglesia, ya que no cabía una persona más. “Coqui juntó sus manos y cerró los ojos: — ´San Lázaro, soy yo, Boncó de Sabadazo, atiéndeme a mi...´ Esa súplica, dicha con naturalidad y humor, refleja la mezcla de respeto y cercanía que tienen los cubanos con sus santos, y cómo personajes populares como los de Sabadazo se convierten también en símbolos dentro de la cultura popular.
Este relato no solo muestra la profunda religiosidad popular sino también la manera en que la cultura y el humor se entrelazan en las vivencias cotidianas de Cuba, ofreciendo una ventana a la identidad colectiva del pueblo.
Y, realmente, vale decir que San Lázaro escuchó a Boncó Quiñongo.