La reciente graduación de 68 estudiantes cubanos en Rusia ha sido presentada como un éxito del programa educativo bilateral entre ambos países, con énfasis en sectores estratégicos como la energía, el transporte ferroviario y el medio ambiente.
No obstante, más allá de los discursos oficiales, este tipo de colaboración levanta profundas interrogantes sobre la verdadera naturaleza de esta formación y sus implicaciones políticas.
Desde 2014, más de 50.000 cubanos han participado en estos programas en Rusia. Aunque desde La Habana se argumenta que se trata de una apuesta por el desarrollo profesional del país, distintas organizaciones alertan sobre un trasfondo más inquietante.
El Observatorio de Libertad Académica (OLA) ha denunciado que esta colaboración responde también a un interés geopolítico: el de Moscú por restaurar su influencia en América Latina, y el del régimen cubano por reforzar sus vínculos con aliados que no exigen reformas democráticas.
"La apertura de una filial de la Universidad Federal del Sur de Rusia en La Habana parece más un puesto de avanzada ideológica que un centro académico imparcial".
Esto, sumado a la vigilancia constante, las condiciones precarias y la imposibilidad de que los estudiantes trabajen libremente en Rusia, genera un panorama que dista mucho del ideal de educación libre y crítica.
Los estudiantes no solo adquieren conocimientos técnicos, sino también una visión del mundo alineada con el discurso oficial ruso, caracterizado por el autoritarismo, la censura y la hostilidad hacia las democracias occidentales. Este tipo de formación, en lugar de abrir horizontes, puede servir para reforzar la obediencia ideológica y limitar el pensamiento independiente.
"En lugar de formar líderes críticos y autónomos, este programa está construyendo una élite funcional a dos regímenes que comparten una misma visión autoritaria del mundo". Cuba, en este sentido, no parece apostar por una transformación profunda de su sistema educativo, sino por garantizar la continuidad del modelo impuesto desde hace décadas.
En definitiva, la pregunta persiste: ¿están los estudiantes cubanos siendo capacitados para resolver los problemas de su país o están siendo moldeados como piezas de una estrategia geopolítica mayor?
La respuesta dependerá de la transparencia de estos programas, de la posibilidad de que los graduados regresen a Cuba con independencia de criterio, y de que, algún día, puedan elegir entre servir al Estado o a su propio desarrollo como ciudadanos libres.
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