Mientras el régimen cubano insiste en mostrar imágenes de "niños felices" y una vida supuestamente digna, la realidad que vive la mayoría del pueblo es muy diferente: hambre, pobreza extrema, viviendas en ruinas y madres desesperadas por sobrevivir junto a sus hijos.
La desnutrición infantil es cada vez más evidente.
Muchos niños crecen sin acceso a proteínas, leche o alimentos básicos. Los casos de anemia, bajo peso y deficiencias nutricionales son cada vez más comunes, y solo quienes reciben remesas o paquetes del extranjero logran sobrellevar la crisis alimentaria. Para los demás, comer bien se ha convertido en un privilegio.
La situación de la vivienda en Cuba es alarmante. Miles de familias habitan en edificios que están a punto de colapsar. Techos que se caen, escaleras rotas, paredes llenas de humedad y casas sin agua potable ni electricidad son parte del día a día. Cada temporada de lluvias se convierte en una amenaza real de tragedia.
El Estado, lejos de ofrecer soluciones, guarda silencio o responsabiliza al embargo de todo, mientras la gente vive en condiciones inhumanas.
Las madres cubanas están al límite. Muchas denuncian que no tienen leche, pañales ni medicamentos para sus hijos. La escasez de recursos médicos es crítica. No hay antibióticos, no hay vacunas, no hay pediatras. Las farmacias están vacías.
Ante tanta impotencia, muchas mujeres recurren a redes sociales para pedir ayuda o deciden tomar rutas migratorias peligrosas con tal de salvar a sus hijos del hambre y la miseria. No buscan lujos. Buscan sobrevivir.
Y mientras todo esto ocurre, el régimen silencia, censura y reprime. Castiga a quienes se atreven a decir la verdad. Persigue a quienes documentan la crisis. Pero ya no pueden esconder lo evidente: la infancia cubana está abandonada, la maternidad se vive con angustia, y el país entero grita por auxilio. Esta es la Cuba real. No la que aparece en los discursos oficiales, sino la que millones de personas viven cada día, con dolor, miedo y sin esperanza.
Del perfil de Mario Vallejo
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