En un hecho que ha dejado perplejos a muchos, en una bodega local de la provincia de Holguín se está vendiendo un saco de carbón por núcleo familiar al exorbitante precio de 500 pesos. Este insólito suceso ha suscitado múltiples interrogantes en la comunidad y ha llevado al escritor holguinero Manuel García Verdecia a reflexionar: ¿estamos presenciando un rescate de una tradición o es esta una señal apocalíptica?
Para comprender la magnitud de esta noticia, es necesario remontarse a décadas atrás, cuando el carbón era un recurso esencial en la vida cotidiana cubana. Antes de la llegada masiva de electrodomésticos, el carbón fue el combustible principal para la cocción de alimentos. Las cocinas de carbón eran un elemento común en los hogares cubanos, donde las comidas se preparaban con paciencia y dedicación, infundiendo en cada plato un sabor distintivo.
El proceso de producción de carbón, llevado a cabo principalmente en zonas rurales, no solo proporcionaba empleo a numerosas familias, sino que también formaba parte integral de la cultura y tradición culinaria del país. Sin embargo, con el avance tecnológico y la llegada de la electricidad a más rincones de la Isla, el uso del carbón disminuyó considerablemente, siendo reemplazado por cocinas eléctricas y de gas.
La reaparición del carbón en la escena cotidiana de los cubanos, aunque inicialmente pueda parecer una curiosidad, señala un preocupante retroceso. La venta de sacos de carbón a precios desorbitados en medio de una crisis económica y energética plantea serias preguntas sobre la capacidad del régimen dictatorial cubano para satisfacer las necesidades básicas de su población ¿Es esta medida un intento desesperado por parte del régimen para suplir la carencia de otros recursos energéticos? ¿O es una respuesta a la creciente incapacidad de muchos cubanos para acceder a fuentes de energía más modernas y eficientes?
Para muchos, el regreso al uso del carbón simboliza retroceder a tiempos más difíciles; una época de privaciones que se pensaba superada. En lugar de ser un símbolo de resiliencia y tradición, esta medida se percibe como una señal de declive y desespero. La capacidad de un país para avanzar se mide también por su habilidad para proporcionar a su población soluciones energéticas modernas y sostenibles. El retorno al carbón representa una marcha atrás, un paso en la dirección contraria al progreso y desarrollo.
Manuel García Verdecia no es el único que ve en esta situación una señal apocalíptica. El elevado precio del carbón, inaccesible para muchos, y la necesidad de recurrir a métodos de cocción obsoletos reflejan la profundidad de la crisis que atraviesa Cuba. Mientras el régimen intenta presentar esta medida como una solución provisional, la realidad es que esta situación evidencia la urgencia de reformas estructurales profundas que puedan garantizar un futuro más estable y próspero para todos los cubanos.
La venta de sacos de carbón a 500 pesos no es un simple rescate de una tradición, sino una clara señal de deterioro social. Es un recordatorio de que, sin un cambio significativo en la política y una verdadera apertura económica, el país continuará retrocediendo en lugar de avanzar. La esperanza reside en que esta situación sea un catalizador para el cambio y no un presagio de un futuro aún más sombrío.
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