Un real ejemplo de lo que es el Síndrome de Estocolmo, cuando las víctimas aman a su agresor, se ha evidenciado en más de una ocasión en el Oriente cubano, cuando el dictador Manuel Díaz Canel es recibido como un rey por lo que han perdido todo.
Es difícil entender cómo un grupo de personas puede aplaudir, bailar y corear consignas de apoyo a alguien que es el responsable directo de su miseria, de la escasez de alimentos, de apagones interminables y de las condiciones críticas en que vive la población.
En videos que circulan en redes sociales se observa a personas mayores, trabajadores estatales y movilizados, gritando “¡Pa’ lo que sea, Canel!” mientras el resto de la ciudadanía contempla con incredulidad y frustración.
Usuarios en Facebook expresan su indignación de manera directa: “Señor mío, la verdad no puedo entender cómo pueden tener tanta alegría teniendo enfrente a uno de los culpables que los ha llevado a la pobreza y a las condiciones tan críticas que hay hoy en Cuba”, escribió Miguel Ángel González Licea.
Otro comentario resume el sentir de muchos: “Abajo el comunismo, duele, pero mira cómo los aclaman. Si en lugar de abuchearlos los ignoraran, al menos todo fuese diferente. Al final uno es dueño de su propio destino”, señaló Axcel Lopes.
El fenómeno no es casual. Las décadas de adoctrinamiento y control social han generado un efecto psicológico profundo en ciertos sectores de la población. Algunos lo justifican como miedo, otros como dependencia directa del gobierno, y muchos simplemente han normalizado la opresión como parte de su vida cotidiana.
Lisandra Torriente Jean Claude lo explica claramente: “Es fácil, veo que la juventud no los quiere, ellos son la minoría. Personas ya ancianas, que saben que el cubano no los quiere, que el sistema socialista los apoya y que mayormente quien lo respalda es viejo o tiene beneficios del gobierno. De ahí en fuera, todo es mentira; esa persona no comprende todo el país.”
La indignación que provoca ver este espectáculo se refleja en cientos de comentarios de redes sociales. Algunos muestran desprecio: “Ovejas… beeeeee”, escribe Raicel Cruz; “Sin dientes, pelo malo y con piojos, pero ahí están. Esos son los únicos incultos en Cuba que están con ese hijodepta”, añade Arley Paz.
Otros destacan la paradoja: “Por culpa de todos estos facinerosos no logramos salir, aunque eso es puro circo”, señala Gitana Otaño. También hay comentarios cargados de ironía y dolor: “Sencillamente y sinceramente, INDIGNANTEEEEEEEEEE”, dice Karen Sosa; mientras Maria Rodriguez añade: “Merecen más "
La repetición de esta conducta demuestra cómo el régimen utiliza estas movilizaciones como propaganda, aprovechándose de la población más vulnerable o adoctrinada para mostrar un apoyo que, en realidad, no es representativo.
La mayoría de los cubanos vive sumida en la miseria, enfrenta apagones, falta de alimentos y servicios básicos, mientras una minoría es utilizada como fachada para legitimar el poder. Como señala Alain Roque: “Son un porciento muy poco; el pueblo de Cuba no los quiere. Viva Cuba libre, libertad para los presos políticos, abajo la dictadura, viva los hombres libres.”
Este fenómeno refleja la complejidad de la relación entre un gobierno autoritario y su población. La mezcla de miedo, dependencia, manipulación y adoctrinamiento crea situaciones extremas donde las víctimas desarrollan simpatía por su opresor, el ejemplo más claro del Síndrome de Estocolmo social.
Mientras esto persista, la Isla continuará atrapada en una relación tóxica entre opresión y obediencia, donde las verdaderas necesidades de la población quedan ignoradas y la propaganda se convierte en espectáculo, aplausos y disfraces de alegría en medio del hambre y la miseria.
Fuente: Joshua Suárez
La Nueva Cuba
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