La crisis energética en Cuba se ha convertido en una pesadilla cotidiana sin visos de mejora. En las últimas 48 horas, millones de cubanos han enfrentado apagones prolongados, algunos de hasta 23 horas, como reportan ciudadanos en redes sociales.
El parte oficial de la Unión Eléctrica (UNE) confirmó el colapso del sistema, con una demanda que supera ampliamente la capacidad de generación eléctrica. El martes 17 de junio, la afectación alcanzó un pico de 1.763 MW, y la situación se agravó aún más en la madrugada del miércoles. A las 7:00 a.m. del 18 de junio, el déficit ya ascendía a 1.213 MW, una cifra que refleja el deterioro del Sistema Eléctrico Nacional (SEN).
La indignación ha estallado en las plataformas digitales. “Ya falta menos para los 2.000 MW de déficit” o “23 horas sin corriente… ¿por qué no toman las decisiones que se deben tomar?” son solo algunas de las expresiones de una ciudadanía al borde del colapso emocional.
“Estamos cerca de un black out. Ño, ñoooooo”, escribió un usuario, evidenciando el nivel de angustia y desamparo que reina en buena parte del país. La frustración levantó también una ola de críticas directas al Ministerio de Energía y Minas, cuyos responsables son señalados como principales causantes de la parálisis estructural del sistema.
El gobierno ha tratado de contrarrestar el impacto de la crisis con la incorporación de 16 parques solares fotovoltaicos, que aportaron 1.612 MWh, con un pico de 412 MW. Sin embargo, el alivio es mínimo y la demanda continúa disparada. Para la noche del 18 de junio se espera una necesidad energética de 3.500 MW, mientras la disponibilidad apenas llegaría a 1.841 MW, generando un déficit estimado de 1.659 MW. En otras palabras: la situación empeora, y con rapidez alarmante.
En las calles, la realidad se impone con crudeza. Falta el agua porque no funcionan las bombas, los alimentos se deterioran por falta de refrigeración y los hospitales lidian con cortes que amenazan servicios esenciales. La falta de electricidad no es solo un inconveniente: es una amenaza directa a la salud pública y al equilibrio social. La sensación general es de abandono, de vivir a oscuras física y moralmente.
Ante este panorama, crecen los llamados a una revisión profunda del modelo energético y a una transformación que no sea solo técnica, sino también política. Porque para muchos cubanos, el verdadero problema no está solo en los cables rotos, sino en un sistema que parece incapaz de escuchar, corregir o reaccionar a tiempo.
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