Con apenas 22 años, el lanzador diestro guantanamero George Díaz inscribiría su nombre con letras doradas en la historia olímpica. El béisbol se estrenaba en unos Juegos Olímpicos, en Barcelona 92, y este muchacho espigado lanzó el juego de su vida en la final frente a Taipei de China, ganada por Cuba.
Por esta sola razón, George era para no estar olvidado, incluso más, abandonado por las autoridades deportivas ni estatales. Uno de los héroes de esa victoria sufre del ismo abandono que otros ex deportistas que lo dieron todo por su país.
A pesar de su contribución histórica al deporte nacional, Díaz vive actualmente alejado de los focos, dedicado a labores agrícolas y enfrentando un olvido que duele aún más por provenir del propio sistema que lo glorificó.
El periodista oficialista Pavel Otero llamó la atención sobre su situación en una publicación en Facebook, donde varios usuarios confirmaron que Díaz continúa viviendo en el municipio de "Manuel Tames" en Guantánamo, sin recibir apoyo alguno del INDER.
“Es uno de tantos ejemplos de atletas que brillaron en el equipo nacional y luego desaparecieron”, escribió Otero, preguntándose por el paradero y las condiciones de vida del lanzador.
La historia de George Díaz refleja la realidad que enfrentan muchos deportistas cubanos tras su retiro: sin una red de protección institucional, con salarios insuficientes y limitadas oportunidades. En 2018, Martí TV difundió un reportaje donde Díaz denunciaba que, tras su salida del equipo nacional —que atribuyó a una sanción basada en una carta anónima—, debía trabajar la tierra para sostener a su numerosa familia.
Afirmaba que sus 300 CUC mensuales, hoy convertidos a pesos cubanos por el cambio estatal, no eran suficientes y que fue uno de los últimos en recibir un auto por parte de la Comisión Nacional, a pesar de haber sido pieza clave para la medalla olímpica.
La situación económica actual en Cuba, marcada por la inflación y el deterioro del poder adquisitivo, agrava aún más las condiciones de vida de estos exatletas. La desatención institucional no solo implica la pérdida de beneficios materiales, sino también la invisibilización de sus logros y contribuciones.
En palabras de varios usuarios, la “dirección del INDER” parece haber olvidado a figuras como Díaz, que deberían ser ejemplos vivos de la gloria deportiva nacional. Este abandono no es un caso aislado. Otros deportistas cubanos de renombre han experimentado el olvido y la marginación tras el fin de sus carreras: el voleibolista Abel Sarmiento y el técnico y jugador de básquet Miguelito Calderón son ejemplos.
Así, la historia de George Díaz se vuelve una llamada urgente para reconocer y dignificar a quienes llevaron el nombre de Cuba a la cima del deporte mundial.
La trayectoria deportiva de George Díaz es una historia de éxitos y méritos que el tiempo y las circunstancias parecen querer borrar. Lanzador excepcional, líder en ponches y victorias en la década de los 90, Díaz fue un referente indiscutible en el béisbol cubano.
Sin embargo, la gloria que alcanzó, coronada con la medalla de oro en Barcelona 1992, contrasta hoy con la realidad de un hombre que lucha por sobrevivir alejado del deporte y sin reconocimiento oficial.
Durante diez temporadas en la Serie Nacional, Díaz acumuló 70 victorias y 658 ponches, con un promedio de limpias de 3.81. En 1998 llevó a Guantánamo a sus primeros playoffs, siendo el pitcher con más blanqueadas del torneo. Sin embargo, pese a estos logros, su nombre ha ido quedando relegado en la memoria colectiva, incluso de los fanáticos del béisbol cubano.
El momento más destacado de su carrera fue, sin duda, la final olímpica de 1992, donde fue el lanzador ganador frente a China Taipei, asegurando el oro para Cuba. Además, su franela es la única de un pelotero cubano expuesta en el Salón de la Fama de esos Juegos Olímpicos. Un honor que no ha sido suficiente para garantizarle una vida digna tras su retiro.
Sin explicación oficial, desapareció del deporte de alto rendimiento. Desde entonces, ha trabajado como entrenador en categorías infantiles y campesinas, dedicándose también al campo para sostener a su familia de seis hijos.
Su testimonio en 2018, cuando denunció que no recibía apoyo ni reconocimiento, expone una realidad dolorosa. En un país donde el béisbol es una pasión nacional, la historia de George Díaz debería ser motivo de orgullo y respeto, no de olvido. Su lucha diaria es también una denuncia implícita contra un sistema que no protege a sus héroes cuando ya no están en el centro de la atención pública.
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