Desesperado por la falta de divisas que asfixia su economía, el régimen cubano ha recurrido a una estrategia que roza lo absurdo: convocar a un pequeño grupo de cubanos residentes en Estados Unidos, muchos de los cuales son afines al sistema, con la esperanza de obtener respaldo financiero. En un intento descarado por captar dólares, la dictadura busca apoyo precisamente en la comunidad que durante décadas ha perseguido y despreciado.
El viceministro de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossío, se reunió el sábado en la embajada de Cuba en Washington con un grupo de individuos que, lejos de representar a los cubanos exiliados, responden a los intereses del régimen. En este encuentro, en lugar de reconocer la responsabilidad de la crisis económica que azota la isla, Fernández de Cossío recurrió a la narrativa gastada de culpar al embargo estadounidense y a una supuesta conspiración para derrocar la “Revolución”.
El mensaje fue claro: Cuba necesita dólares, y los necesita ya. Para ello, el régimen no duda en buscar apoyo entre aquellos a quienes antes reprimió y que ahora pretende utilizar como fuente de ingresos. El cinismo es evidente: tras décadas de persecución y marginación de los cubanos en el exterior, ahora los ve como una posible solución para sostener su aparato represivo.
El evento en Washington reunió a abogados, empresarios, artistas y figuras religiosas, pero no precisamente a aquellos que representan a la mayoría de los exiliados cubanos, quienes han escapado del comunismo en busca de libertad. Estos encuentros, organizados con la complicidad de grupos como el Instituto de Estudios Políticos (IPS) y el Grupo de Trabajo de América Latina (LAWG), buscan vender la idea de que hay un sector de la diáspora dispuesto a financiar la dictadura.
Lejos de ser un verdadero diálogo, la reunión fue un intento de para fomentar un acercamiento económico con la isla, sin que el régimen haga concesión alguna en materia de derechos humanos o libertades individuales.
Mientras el gobierno cubano clama por el fin del “bloqueo”, mantiene intacto su férreo control sobre la economía, impidiendo el desarrollo del sector privado real y criminalizando cualquier intento de disidencia. El dinero que busca desesperadamente en EE.UU. no se destinará a mejorar las condiciones de vida del pueblo cubano, sino a perpetuar un sistema que ha llevado al país al colapso.
El mensaje es claro: el régimen no está interesado en cambiar. Su prioridad sigue siendo la supervivencia del aparato represivo, y para ello no duda en acudir a quienes siempre trató como traidores, pidiéndoles ahora que le ayuden a sostener la misma dictadura que los obligó a marcharse.
El exilio cubano, que conoce bien las tácticas del régimen, difícilmente caerá en esta trampa. Mientras La Habana siga apostando por la represión y el control absoluto, cualquier intento de financiamiento desde el exterior solo servirá para prolongar la agonía de un sistema que se resiste a morir.
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