Youtuber colombiana asegura que fue víctima de racismo en Cuba

Redacción de CubitaNOW ~ sábado 7 de septiembre de 2019

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Cirle Tatis, una popular youtuber colombiana, quien además es conocida por su lucha contra el racismo, viajó a Cuba junto a su pareja y vivió días que no esperaba en los que, según reseña, fue víctima de eso que tanto aborrece.

A continuación compartimos, de manera íntegra, el relato de la influencer:

«Creo que estaba dilatando escribir sobre esto porque me temo que algunos van a tomar las siguientes líneas a la ligera y entenderán esto como un ataque a un lugar o a su gente. Ya en otras publicaciones conté todo lo que me gustó de Cuba y seguro me quedan un par de publicaciones más, pero en esta relataré acontecimientos no gratos con el único ánimo de poner sobre la mesa temas y realidades que se deben abordar y aceptar para poder transformarlas.

Cuando llegamos a la primera ciudad en Cuba, Viñales, nos recibió una persona tan amable que fue casi como un padre. Pero, ¿quién dijo que los papás no tienen prejuicios? Ellos son los que más tienen y este no era la excepción.

Al vernos lo primero que este hombre querido y buena cara nos dijo fue:

"¿cubanas?". A lo que yo respondí: "no, colombianas". Yo percibí una sonrisa y un suspiro como de alivio, pero imaginé que tener colombianas en casa lo hacía feliz. Pasaron un par de días y sentados en la terreza, él y yo, él manifiesta- sin yo preguntar- que cuando llegamos y nos vio no le alegró porque imaginaba que eramos cubanas. Yo casi me voy de boca de la impresión. ¿Cómo un cubano no quiere cubanos en su casa?, pensé. Y se lo pregunté y él respondió: " No respetan, dañan todo, son escandalosos, no me gustan". Yo guardé el silencio de quien agradecido por el buen trato prefiere ignorar cosas.

La noche antes de irnos en una conversación entre varios, él dice: "si las mulatas colombianas son como ustedes, entonces son muy bellas. - Sí, las negras colombianas somos bellas - le respondí. A él le cambió el semblante y me pidió que no me llamara de esa forma tan fea, ' negra', que yo era una mulata bella...

Salimos hacia Trinidad.

Estando en el lugar me sentí como en el centro de mi ciudad, casas, plazas, calles de estilo colonial, y gente que, al verme agarrada de la mano de Mario, mi novio, un hombre blanco, no podía dejar de vernos e incluso de burlarse. Con eso ya estoy familiarizada porque lo he vivido en Cartagena durante los 3 años de nuestra relación y aunque lo que siempre quiero es ir y confrontar al que se burla, yo ignoré y lidié durante toda nuestra estancia con la mirada casi que acusadora y excavadora que se desvanecía ante mis ojos cuando me preguntaban de qué parte de Cuba era y yo respondía que era colombiana. Era como si con decir que no era cubana, me hacía merecedora de un mejor trato. Vi la vergüenza en la cara de muchos por haberme juzgado como lo que yo sospechaba y ustedes podrán estar imaginando en este momento.

Yo no quería empelicularme con vainas raciales, no quería pensar en eso, quería bajar el puño por esos días y disfrutar de Cuba. Adelanto que no lo logré. Cruzamos el país para ir hasta Cayo Guillermo, un resort 5 estrellas, ¿qué puede salir mal? Todo.

Llegamos al Melia', nos instalamos y salimos a caminar hacia la playa. No fueron necesarios días para volver a ser vista y tratada como en Trinidad.

El lugar más intimidante fue el restaurante. Los meseros daban un trato cordial a los hombres blancos en la mesa, a mí y a la acompañante de nuestro otro amigo - él blanco, ella negra- nos trataron con desdén, y mucha descortesía.

Yo estaba ahí pagando exactamente lo mismo que ellos, hombres blancos y europeos, pero yo no merecía un trato digno. Ni un solo día fue diferente.

La última noche ahí, luego de la cena yo me regresé al restaurante y pedí que por favor me regalaran unas aceitunas, una chica muy amable me ayudó y mientras otro de sus compañeros las buscaba ella aprovechó para preguntarme de que parte de Cuba era. Al escuchar mi respuesta ella abrió la boca y soltó una carcajada: "

¡viste! y aquí en el restaurante estaban diciendo que tú eras de esas cubanas que salen del país y cuando regresan cambian el acento para darse " aires". Yo sonreí seguro de nerviosismo e impotencia. Y luego ella preguntó: "ahhh, ¿entonces el señor es tu pareja? ". Mi novio tiene

38 años, yo 30, no podría ser mi papá, nos agarramos de la mano y nos tratamos como cualquier otra pareja, ¿sino era mi pareja entonces qué podía ser? ¿mi cliente? No pregunté nada de eso, sonreí atónita, recogí mis aceitunas y me fui entendiendo por qué recibí un trato tan hostil y nada cordial durante esos días.

Al día siguiente redacté una queja que luego pude expresar personalmente al director del hotel. Un tipo de unos 33 años, blanco, español. Aproveché y le mencioné sobre las cucarachas que vimos en la comida en el buffet y en el bar, y de las condiciones generales de deterioro del lugar. - Si fuera por estrellas yo no le pondría ni una-. Y luego le manifesté lo que experimenté por 4 días y lo que la empleada (sin mencionar su nombre) me dijo la noche anterior. Él estaba avergonzado, o eso mostró. " No todas las negras somos cubanas y no todas las cubanas con un hombre blanco al lado son putas. Y aun siéndolo, merecen un trato digno y respetuoso", le dije, y salí corriendo para subir al carro que nos llevaría a La Habana.

Ya yo no quería estar más en Cuba, estaba mentalmente agotada pero aún quedaban 4 días.

Al llegar a La Habana, nos encontramos con una ciudad extremadamente costosa para los turistas, 10€ un recorrido de 5 minutos en taxi, por ejemplo; y a mi manera de ver, segregadora. La gente seguía mirando, señalando, riendo, burlando a nuestro paso.

Un día necesitábamos ir a cambiar euros y nos dijeron que en un hotel lo hacían. Llegamos al hotel y preguntamos al guardia y él responde mirando a Mario: "aquí solo se le cambia a clientes, pero como tú eres turista llega a la recepción a ver si te hacen el favor". Nos agarramos y nos dispusimos a entrar, y el señor dice:

"no me has entendido, si vas con ella no te los cambian, ve tú que eres el turista". Mario me mira rápidamente como cuando no entiende algo que le dicen en español. Yo no le traduzco ni nada, lo cojo de la mano y le digo al guardia que si yo no entro entonces no entra ninguno de los dos. Y nos fuimos de ahí.

¿Si solo le cambian a clientes por qué le cambiarían a Mario? Porque era turista, como dijo el guardia, pero yo también era una turista gastando 2000€ en su país, entonces, ¿qué me hacía distinta a Mario? ¡Bingo! Que yo soy negra. Lloré esa noche. Jamás imaginé que parecer cubana por ser negra podría generarme tanta humillación.

Antes de ese último episodio tuve un encuentro con unas chicas de una revista que me harían una entrevista y surgió la rutinaria pregunta: " ¿y cómo te has sentido en Cuba? ". Yo relaté todo lo ocurrido hasta ese punto y ellas, unas periodistas cubanas, confirmaron lo que yo ya sabía porque lo vivo de la misma forma en mi ciudad: " En Cuba si eres negra y vas con un hombre blanco la gente crea una prostitución imaginaria en su cabeza en la que el blanco es tu salvador y tú su puta".

Con nada de lo escrito estoy diciendo que todos los cubanos son así, ni estoy ignorando la calidez y todo el amor que recibí de parte de otras personas y de mis seguidores durante el evento que tuvimos en Casa África, pero lo cuento porque creo que es necesario empezar a aceptar que tenemos en América un problema de raza, de clase y un problema machista también.

La persecución por el color de piel no se da sólo cuando te persiguen en un centro comercial pesando que vas a robar, o cuando te raptan y sacan de tu territorio para venderte como esclavo, la persecución o discriminación por tu color de piel y fenotipo (lo menciono porque alguien me escribió que en Cuba no te perseguían por tu color de piel) está ahí, latente, viva, cuando no puedes entrar a un lugar porque eres cubano o porque eres negro.

Que socialmente hayamos naturalizado las manifestaciones racistas y el racismo cotidiano no significa que no exista. Significa que no logramos verlo porque entendimos su expresión como la normalidad. Y la verdad, es que la única norma debería ser que todo hombre y mujer goce de la dignidad y del respeto por ser y para ser lo que sea.

Trascender y hablar más allá del pelo, empezar a hablar de derechos y de dignidad, del racismo estructural que opera en nuestros países, de la desigualdad social que se apoya en imaginarios raciales para mantener a unos arribas y otros abajo, es urgente.»


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