Este miércoles, miles de cubanos participaron en una “Tribuna Antimperialista” en Guantánamo, un evento organizado por el régimen para exigir que Estados Unidos no traslade migrantes detenidos a ese territorio y reclamar la devolución de la base naval. Sin embargo, lo que debería llamar la atención no es el acto en sí, sino el hecho de que, en lugar de exigir soluciones reales a la crisis interna, el pueblo se vuelca a respaldar una manifestación a favor de quienes los mantienen en la miseria.
Mientras en Guantánamo miles asistían al son de consignas dictadas desde el poder, la realidad del país seguía igual o peor: apagones prolongados, falta de alimentos, hospitales sin insumos y una inflación que hace imposible la vida diaria. El gobierno cubano, en lugar de rendir cuentas sobre la miseria que ha impuesto, continúa utilizando el discurso antiestadounidense como cortina de humo para desviar la atención de sus propios fracasos.
Desde hace décadas, el castrismo ha perfeccionado el arte de la manipulación, convenciendo a gran parte de la población de que sus problemas no provienen del sistema ineficiente y represivo que gobierna la isla, sino de un enemigo externo. Con actos como el de Guantánamo, se busca alimentar la narrativa de la resistencia frente al "imperialismo", mientras los cubanos de a pie apenas pueden sobrevivir con los salarios de miseria que les impone el Estado.
Es preocupante que, en lugar de exigir pan, medicinas y electricidad, muchos ciudadanos acudan a actos programados para defender los intereses de los mismos que los oprimen. Esta ceguera inducida no es casualidad: el adoctrinamiento sistemático y la falta de información alternativa han generado un pueblo que, en gran medida, repite el guion oficial sin cuestionarlo.
El gobierno cubano lleva más de seis décadas culpando a EE.UU. de todos sus problemas, mientras concentra el poder y la riqueza en una élite que no sufre las penurias del pueblo. La Base Naval de Guantánamo, que hoy es el centro de la protesta, no es la causa de la crisis que azota a la isla. El verdadero problema es un sistema que se niega a dar libertad económica, que criminaliza la iniciativa privada y que impone un modelo ineficiente que ha condenado a generaciones enteras a la pobreza.
La pregunta que debería hacerse el pueblo cubano es: ¿quién tiene la culpa de los apagones? ¿Quién impide que haya inversión extranjera real? ¿Quién decide cómo se distribuyen los recursos del país? La respuesta no está en Washington, sino en La Habana.
Mientras el gobierno siga utilizando estas tribunas como mecanismo de distracción, Cuba seguirá sumida en la crisis. El pueblo cubano tiene derecho a protestar, pero debería hacerlo por su propio bienestar, no para servir como peón en la estrategia de un régimen que lo ha empobrecido y esclavizado.
Si los miles que asistieron a la plaza en Guantánamo hubieran salido a exigir mejores condiciones de vida, salarios dignos y libertades, tal vez la historia sería otra. Pero mientras se siga viendo al enemigo fuera de casa y no dentro, el destino de Cuba seguirá atado a la miseria y la desesperanza.
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